Un reciente estudio liderado por la profesora Shira Knafo, directora del laboratorio cognitivo molecular de la Universidad Ben-Gurion del Negev, ha arrojado luz sobre la conexión molecular entre la ansiedad y la testosterona. Publicado en diciembre en la revista Molecular Psychiatry, el estudio utilizó técnicas de secuenciación genética de vanguardia para descifrar el mecanismo que une estas dos variables aparentemente dispares.
Desde hace algún tiempo, la comunidad científica ha observado evidencias clínicas que sugieren una relación entre la ansiedad, la depresión y los niveles bajos de testosterona en hombres, especialmente aquellos que sufren de hipogonadismo. Esta condición médica se caracteriza por la incapacidad de alcanzar la pubertad o la reducción de la función sexual. Sin embargo, hasta ahora, la naturaleza precisa de esta conexión había permanecido en la penumbra.
El estudio de Knafo comenzó con la observación detallada de cientos de ratas de laboratorio de la misma camada, pero con comportamientos significativamente distintos. Alrededor del cinco al 10 por ciento de estas ratas mostraban niveles extremadamente altos o bajos de ansiedad, lo que llevó a la búsqueda de la pieza faltante del rompecabezas. Fue así como identificaron un gen llamado TACR3, que codifica la proteína homónima.
El equipo de investigación aisló el hipocampo ventral del cerebro de las ratas y realizó un análisis de expresión genética, encontrando que el gen TACR3 se expresaba de manera significativamente diferente en las ratas ansiosas. Este hallazgo intrigante llevó a una mayor exploración sobre el papel de TACR3.
La profesora Knafo descubrió que niños varones con una mutación en la proteína TACR3 presentan hipogonadismo congénito, lo que lleva a una producción insuficiente de testosterona para atravesar la pubertad. Esta conexión entre TACR3, pubertad y los problemas de ansiedad y depresión en individuos con hipogonadismo creó un punto de partida fascinante para la investigación.
Adoptando un enfoque farmacológico, el equipo investigó la relación entre la testosterona y la ansiedad. Utilizando ratas de diferentes edades en un laberinto, observaron que las ratas más jóvenes, con niveles más bajos de testosterona, exhibían comportamientos más ansiosos. La correlación directa entre los niveles de testosterona y el comportamiento ansioso fue evidente.
Los investigadores realizaron inyecciones de testosterona en algunas ratas, observando un aumento en los niveles de esta hormona y una elevación correspondiente de los niveles de TACR3 en el cerebro. Sin embargo, la posterior administración de un fármaco que bloquea TACR3 redujo los niveles de testosterona en la sangre de las ratas. Este hallazgo sugiere una relación de retroalimentación entre TACR3 y la testosterona.
Aunque estos resultados son prometedores, la profesora Knafo advierte que la administración de testosterona como tratamiento para la ansiedad debe ser supervisada por profesionales médicos, especialmente en hombres con hipogonadismo. Subraya la necesidad de ensayos clínicos adicionales para determinar la eficacia y seguridad de este enfoque.
En conclusión, este estudio pionero de la Universidad Ben-Gurion no solo ha identificado una conexión molecular entre la ansiedad y la testosterona, sino que también ha proporcionado una base sólida para investigaciones futuras que podrían abrir nuevas vías de tratamiento para aquellos que sufren de trastornos de ansiedad.