El legado judío en la cultura Argentina: prensa, teatro y literatura

El legado judío en la cultura Argentina: prensa, teatro y literatura

La migración judía a Argentina supuso un encuentro entre la tradición hebrea y tres corrientes intelectuales desarrolladas en el país que afectaron a la integración cultural de esta comunidad; la primera corriente fue el laicismo y el poder del estado en ciertas áreas como matrimonios, defunciones y educación, en donde la secularización representó un modo de unificación cultural para los nuevos inmigrantes (1); la segunda corriente ideológica estuvo marcada por el positivismo, cuyas principales armas fueron el rechazo al clericalismo y a la política colonial heredada de España, y un apoyo de la democracia liberal; como señala Leonardo Senkam, “[…] positivism expected to overcome the main obstacles to progress, especially the tradicional criollo way of thinking and the mentality of the heterogeneous immigrant population” (2).

El tercer componente ideológico fue el nacionalismo cultural de una sociedad heterogénea desde el punto de vista racial y lingüístico-tradicional. La nueva sociedad argentina encarnaba un crisol de razas y costumbres, entre ellas la judía, que necesitaban ser asimiladas mediante la educación obligatoria en escuelas públicas y enfatizando en la enseñanza de la lengua española como el idioma vehicular de la vida diaria y pública. El problema que se planteaba al judío era la idea de pertenencia y de reconciliación armónica entre su identidad religiosa y la cultura del nuevo país; ello conllevaba el riesgo de perder o reducir los valores tradicionales judíos hasta convertirlos en un simple recuerdo bucólico del pasado con el fin de alcanzar una perfecta asimilación (3).
El campo de las letras desempeñó una labor decisiva en la integración plena del judío dentro de la sociedad argentina. Los inmigrantes judíos llegados al país provenían en su mayoría de un estrato social bajo, cuyo principal objetivo era mejorar su condición económica; Argentina no simbolizaba en la mente del judío formado y liberal un país de atractivo cultural sino un territorio en el que se ofrecían las posibilidades de enriquecerse rápidamente (4). Asimismo la barrera lingüística suponía otro obstáculo, pues los recién llegados, en su mayoría hablantes de yídish desconocían el español (5). Este sentimiento de aislamiento fue suplantado por la creación de centros culturales fundados por judíos provenientes del mismo origen geográfico y lingüístico. Estos locales sirvieron de motor de adaptación al nuevo entorno social que muchos judíos percibían como desconocido y diferente. Uno de los rasgos que marcaron estos lugares comunitarios de encuentro fue la figura del rabino, quien pierde vigencia y pasa a desempeñar un cargo secundario; la autoridad rabínica que selló buena parte de la vida religiosa y cultural de los judíos en los asentamientos de Europa del este, dio el relevo al laicismo y la secularización.
Otro de los obstáculos fue el uso del hebreo, lengua vehicular empleada en la religión y hablada por una minoría de judíos de clase alta; a pesar de intentar promover el idioma mediante la publicación de periódicos semanales y revistas, el hebreo perdió terreno entre la población; la sociedad judía necesitaba adaptarse al nuevo país de acogida y a la vez mantener su herencia judía, sin embargo, reconciliar la lengua hebrea con la integración en el país suponía otro inconveniente. Por contra, el yídish, lengua vernácula de la mayoría de los judíos del shtelt se convirtió en el idioma de comunicación y expresión cultural durante las primeras décadas del siglo XX (6). En 1905 se funda en Buenos Aires la Biblioteca Rusa por un grupo de judíos procedentes de Europa del este y Rusia (7); destruida en 1910 durante una revuelta popular durante el centenario de la independencia de España, llegó a albergar un gran número de obras escritas en yídish  y sirvió de centro de debate y conferencias de pensadores judíos de izquierdas (8). Durante la siguiente década se abrieron nuevas bibliotecas en Rosario, Santa Fe y Tucumán, agrupándose en la Federación Israelita Argentina de Cultura (FIAC), organismo creado en 1915 que englobaba todos los centros de aprendizaje, educación y cultura judíos (9).
La prensa, fue otro campo de comunicación que contribuyó a que el yídish se consolidase como la lengua vehicular de una gran parte de los judíos argentinos. Los periódicos se convirtieron en el medio más eficaz de transmisión de información, mediante el cual se anunciaban los nuevos negocios fundados en la ciudad, y se emitían noticias de corte sociopolítico. Por otra parte, servían para difundir traducciones en yídish de trabajos literarios y poéticos, artículos y ensayos de autores europeos y de Estados Unidos. Uno de los periódicos de mayor éxito fue Di Yiddishe Zeitung, publicado desde 1914 ininterrumpidamente que recogía todos los sucesos y noticias de la comunidad judía argentina y extranjera. Di Presse fue otro diario de gran tirada, publicado semanalmente desde 1918 después de la revolución rusa y destacaba por su contenido ideológico próximo al comunismo. La comunidad sefardí, más integrada en la sociedad argentina por sus afinidades lingüísticas destacó por la publicación del El Sionista en 1904 de orientación sionista y dedicado a eventos de la comunidad sefardí dentro y fuera del país. Sin embargo, el papel de estos centro culturales judíos suponía una barrera de integración, pues el judío hablante de español carecía de material religioso y cultural judaico en este idioma; el español representaba el idioma de la comunicación en las finanzas y la vida económica, pero quedaba reemplazado por el yidísh en el campo de la cultura y las artes judías.
A partir de la segunda década del siglo XX el muro cultural entre Argentina y la comunidad judía se acrecentó imposibilitando que la segunda generación de descendientes de judíos argentinos pudiese integrarse plenamente al país; un grupo de intelectuales judíos reclamaron la enseñanza del español como lengua de comunicación dentro del colectivo judío. La publicación del primer diario cultural judío íntegramente en español, Mundo Israelita en 1924 rompió las barreras idiomáticas entre los judíos hablantes de yídish y abogaba por la necesidad de una formación judía del individuo en español:
Principales periódicos judíos de la región de Buenos Aires (10):
Nombre
Idioma
Temática – Ideología
Año
Das Arberter Lebn
Yídish
Anarquista
1907
Di Yiddishe Hofnung
Yídish
Sionista
1908-17
Di Yiddishe Zeitung
Yídish
Mixto
1914
Di Yiddishe Welt
Yídish
Sionista
1917-1930
Di Presse
Yídish
Marxista
1918
Dorem Amerika
Yídish
Literatura
1924
Di Yiddishe Handels-Woch
Yídish
Comercio
1924-28
El Sionista
Español
Sionista
1904-06
Juventud
Español
Mixto
1911-17
El Israel Argentino
Español
Mixto
1913
Mundo Israelita
Español
Mixto
1923
La cultura judía urbana en Argentina se manifestó también por medio de representaciones teatrales en yídish, que se popularizaron desde 1900 hasta 1930 (11). Las piezas de teatro la formaban principalmente operettas representadas por compañías extranjeras en las que se escenificaban temas folklóricos, bíblicos y populares. Una de las figuras más significativas de la escena teatral eran los temeyim (del hebreo impuro), financieros de obras de teatro y miembros de la mafia judía urbana dedicada al tráfico de prostitución femenina; a pesar de su sórdida función social, ejercieron un papel de vital importancia en el desarrollo del teatro judío hasta su expulsión en 1926. La difusión del teatro en yídish se intensificó con la creación de la Sociedad Yídish de Actores Amateur en 1902 y el Idisher Folks Teater (IFT) en 1932; éstos sirvieron de motor para la producción de piezas teatrales y representaciones en yídish a cargo de actores célebres europeos como Jacob Kalish, Luba Kadison, Herman Yabokloff o Sara Gorby. Entre los principales autores judío-argentinos destacaron Carlos Schaeffer Gallo con El gaucho judío (1920), Ivo Pelay con El judío (1916), inspirado en el personaje de Shylock del Mercader de Venecia de Shakespeare, y El judío Aarón de Samuel Eichelbaum en 1926 (12). Los dramaturgos judíos evocaban en sus obras el sentir de la comunidad hebrea, sus valores tradicionales judíos, la preocupación por la exclusividad y separación de la esencia judía, los problemas de integridad, identidad y asimilación, así como la nostalgia del viejo continente; la obra Nadie la conoció nunca de Samuel Eichelbaum, estrenada en Buenos Aires en 1926 ejemplifica los eventos de la Semana Trágica de 1919 y los pogromos ocasionados en los barrios judíos de la ciudad por las guardias blancas (13). Estas piezas reflejaban la imagen del judío como un grupo incapaz de ser aceptado por la sociedad cristiana formada por el absoluto europeo que rechaza la existencia del “otro” y que ha marcado el contacto entre judaísmo y cristianismo creando un paradigma de sujeto-objeto, evitando así la mutualidad, relegando al judío a la posición del “otro” (14).
La producción teatral en yídish comenzó su declive a partir de 1930 cuando se produce una transición hacia el uso del español en el mundo cultural judío-argentino, donde los dramaturgos judíos se dedican a un teatro de corte nacional, inaugurando una nueva etapa conocida como teatro independiente hasta 1960. Asimismo, el personaje judío formaba también parte del repertorio de dramaturgos argentinos no judíos; estos autores, principalmente de raíces italo-españolas representan al judío como un sujeto peculiar, que aparece caricaturizado en las obras con la intención de entretener a un público mayoritariamente inmigrante. Pero a diferencia de los dramaturgos judíos, cuyas obras presentan un drama más serio y complejo, estas piezas destacaban por su optimismo, expresando los beneficios de la inmigración y la fusión positiva de los diferentes grupos raciales llegados al país. A través de la producción de sainetes se describen de forma irónica los perjuicios existentes hacia las minorías del país; en el caso del judío, éste escenifica el arquetipo cultural y religioso tradicional heredados del cristianismo: el hombre errante, que vaga en continuo exilio o galut, junto a una imagen de traicionero impuesta por la figura de Judas. La acción de estas obras tenía lugar en el conventillo o comunidad de vecinos, donde convergían diversos grupos de inmigrantes de diferentes procedencias exponiendo los prejuicios que prevalecen sobre éstos (15).  De los numerosos sainetes escritos por dramaturgos no judíos entre 1920 y 1930 sobresalen El barrio de los judíos de Alberto Vacarezza (1919), La librería de Abramoff de Carlos María Puchero (1919), Ropa Vieja de Carlos María Pacheco (1920) o El cambalache de Petroff de Alberto Novión (1937).
La producción literaria argentina por parte de autores judíos se comenzó a forjar en la primera década del siglo XX de la mano de novelistas, cuentistas y poetas; las colonias agrícolas creadas a finales del siglo XIX de la mano de Baron Hirsch no representaban más el medio de subsistencia para la juventud judía, quien percibía la vida en centros urbanos como la mejor forma de integración y adaptación cultural al país, y requisito indispensable para avanzar en la escala social (16). Alberto Gerchunoff destacó como el escritor más influyente de este período. Su fama llegó con la publicación de Los gauchos judíos, una colección de veinticinco cuentos de corte autobiográfico publicados en el suplemento dominical del periódico La Nación en 1908, donde trabajaba como columnista, y reunidos en un volumen en 1910. Los relatos destacan por su gran lirismo y prosa elegante que describe la vida de los judíos en las colonias agrícolas, expuesta de forma optimista donde predominan las actitudes constructivas y la idea de progreso, y evita los conflictos por discriminación racial. El autor se sirve de este trabajo para plasmar varios elementos que van a condicionar la prosa judío-argentina del momento: por un lado su carácter autobiográfico, y por otro el deseo de asimilación en la nueva sociedad que los recibe (17).
Los intelectuales judíos argentinos no se educaron en el marco tradicional y conservador judío de Europa del este y estaban desprovistos de un conocimiento de su cultura arraigada y forjada en Occidente; en el caso de Gerchunoff, su familia provenía del altiplano ruso y se asentó en las colonias agrícolas de Moisésville y Entre Ríos; la vida aislada y dura de las pampas influyó en la juventud del autor, quien percibe el mundo urbano como el mecanismo de integración en el nuevo marco social que residen; la necesidad de formar parte de la vida social de Argentina y la eliminación de los sentimientos de exclusión que sentían una gran parte de los judíos se hace patente en su obra. El prólogo comienza con una cita de la Haggadah, “Con su fuerte brazo, El Señor nos libró de Faraón, en Egipto” (18), y termina con el cuento El Himno que hace referencia al Cantar de los Cantares. Los veinticinco relatos culminan así con un canto que no va dirigido a Dios sino al país que les ha brindado con libertad y les ha salvado de las opresiones de Europa; Argentina se convierte en los ojos de Gerchunoff en la Tierra Prometida, y lo hace festejando ese amor hacia el país el día 25 de mayo, día de la fiesta nacional. Gerchunoff escribe escenificando Argentina como la Tierra de Promisión; un país en el que cree que el judío podrá vivir libre y en paz; por este motivo, el autor establece un vínculo hacia la cultura hispana por medio del idioma español, a la vez que idealiza al inmigrante judío proporcionando al lector una visión romántica de la adaptación del judío a su nuevo entorno. Así lo expone en el relato “Llegada de inmigrantes” dentro de Los gauchos judíos:
La espera de aquella multitud evocaba en cada uno recuer­dos borrosos. Cada uno veía la mañana en que abandonó el fosco imperio del zar y revivía la llegada a la tierra prometida, a la Jerusalén anunciada en las prédicas de la sinagoga, y en hojas sueltas se proclamaba, en versos rusos, la excelencia del suelo:
A Palestina y Argentina
iremos a sembrar,
iremos, amigos y hermanos
a ser libres y a vivir…. (19)
Los procedimientos de los que se sirve Gerchunoff para plasmar su impronta judeo-española en Los gauchos judíos son de dos tipos: estilísticos y alusivos; del primero, se sirve de arcaísmos castellanos y expresiones castizas para imitar el estilo de Cervantes, y del segundo, consiste en evocar a los filósofos y poetas hispanohebreos como Maimónides y Yehuda ha-Levy. El rabino que forma parte del relato “Llegada de inmigrantes” lleva por nombre Romboam, que es una contracción del acrónimo Rambam en alusión al filósofo hispanojudío Rabí Moshe ben Maimón (Maimónides). Otras obras similares durante sus primeros años como cuentista y ensayista fueron La jofaina maravillosa (1924), un conjunto de ensayos y comentarios dedicados a Cervantes y La asamblea de la bohardilla (20). La tarea emprendida por Gerchunoff en el campo de las letras fue la de aceptar al judío como otra minoría más que contribuyese al fortalecimiento de una sociedad pluralista y heterogénea. Junto a su labor de escritor, una de sus principales contribuciones fue la fundación de la Sociedad Hebraica en 1926; este organismo sirvió como puente de unión entre las identidades judía y argentinas y ejerció la función de centro de reuniones de los literatos judíos y no judíos del país (21).
Los problemas sociales a los que se enfrenta el judío urbano aparecen recogidos los trabajos de otro autor, Bernardo Verbistky; su novela de ficción Es difícil empezar a vivir (1931) analiza las vicisitudes de un grupo de jóvenes judíos de clase acomodada en la ciudad de Buenos Aires durante el día de Yom Kippur; la novela es considerada uno de los mejores ejemplos de literatura realista argentina de la década de los 30 al combinar las dificultades de los jóvenes por mantener los valores tradicionales judíos y junto a los eventos que azotaron la vida argentina de esta década: el radicalismo político de los años 20, la reforma universitaria y el golpe de estado de 1930 (22). Otro ejemplo similar es su novela de corte autobiográfico Hermana y sombra, donde describe sus problemas de integración en la vida cultural bonaerense. En la misma línea se encuentra Samuel Glusberg que escribió bajo el pseudónimo de Enrique Espinosa, cuyos protagonistas lo forman inmigrantes judíos que se enfrentan a los obstáculos de adaptación al nuevo lugar de acogida (23). La vida judía en el ghetto de Buenos Aires queda plasmada en su colección de relatos La levita gris; la novela Destinos de Julio Fingerit en 1929, es otro ejemplo donde se narran los problemas matrimoniales de una pareja de judíos de clase media de Buenos Aires.
Otro problema que se cernía sobre el judío argentino era el conflicto religioso. Se ha discutido que el judaísmo no sólo es una religión sino una nacionalidad;  esta interpretación de la fe hebrea ha sido motivo de rechazo hacia el judío al sentirse un apátrida en cualquier país que ha habitado; en muchos casos, este problema de integración se ha saldado con la conversión forzosa en la mayoría de la veces, pero también voluntaria. Ésta ha sido una alternativa optada varios escritores como método de integración social en el país. Un ejemplo es la producción lírica de la poetisa María Raquel Adler. Su primera colección de poemas Revelación (1921) muestra los profundos sentimientos espirituales de la autora momentos antes de su conversión a la fe católica. En De Israel a Cristo (1933) su obra más importante, recoge la temática de corte cristológico y la reconciliación entre el judaísmo y el cristianismo, y la aceptación del segundo como único recurso para salvar al mundo (24).
César Tiempo, pseudónimo de Israel Zeitlein, destacó entre los literatos judíos más versátiles de su tiempo; nacido en Ucrania en 1906 y emigrado a Argentina a muy temprana edad comenzó su andadura de escritor con la composición de poemas en yídish y ruso, y más tardíamente se volcó con la producción de obras en español; sus poemas, cargados de gran lirismo y melancolía, entremezclan el pesimismo y el humor negro junto a su admiración personal hacia Israel. Sus principales trabajos son las colecciones de poemas bajo el título Libro para la pausa del sábado en 1930, y El Sabatión argentino en 1933; paralelamente a Gerchunoff, César Tiempo reconoce el papel que representa Argentina como tierra de libertad y posibilidades de una vida mejor, enfatizando en la integración de judíos y cristianos dentro de una misma esfera social (25); la obra poética de César Tiempo gira en torno a la metáfora del sábado, como lo muestran sus trabajos Libro para la pausa del Sábado (1930), Sabatón argentino (1933), Sábadomingo (1938) y Sábado pleno (1953). A parte de su idea de reconciliación social entre los diferentes grupos sociales y raciales, el autor expone también sus añoranzas a la vieja Sión y es consciente de los problemas que asolan la creación de un estado Israel; así lo expresa en el poema Alta está mi ventana en el mundo de su obra El Sabatión argentino:
Dolor judío de soñar en vano
con esto, aquello y lo que no se alcanza …
En América andamos nuestro afán…
hemos ganado nuestra libertad. (26).
Sus dramas y comedias de temática judía están destinados al lector gentil o goy porteño. Dos de sus piezas teatrales destacaron por su contribución a la integración posible del judío argentino: El teatro soy yo estrenada en 1933 en plena década de nacionalismo y xenofobia, y Pan criollo en 1937. En la primera, se describe la historia de una joven autora teatral, Myriam Sambatión y su búsqueda en el mundo artístico donde debe ocultar su condición de judía para alcanzar el éxito. En Pan criollo el dramaturgo plantea el tema de la asimilación y crisol de razas cuando la hija del protagonista, don Salomón Lefonejo, agente de lotería decide casarse con un goy. El conflicto inicial que se produce con el rechazo del padre, termina con un desenlace conciliador y una metáfora de la integración armónica judeo-argentina en un momento histórico de convulsiones políticas (27).
A modo de conclusión, puede resumirse que la aportación cultural judía argentina se realizó mediante un proceso de asimilación gradual forjado durante las primeras décadas del siglo XX, y reinformado por el secularismo de las escuelas; la falta de líderes religiosos y rabinos influyentes, y el declive del hebreo como lengua de cohesión religiosa, fomentó el incremento del yídish, lengua mayoritaria de la comunidad judía, como el idioma de comunicación y expresión artística. La publicación de periódicos, obras teatrales y piezas musicales en yídish, convirtieron a esta lengua en la mejor forma de expresión del pensamiento y de la cultura del judío. Sin embargo, la nueva generación de judíos educados en el país percibió la necesidad de una mayor integración, y el deber de reconciliar armónicamente la herencia judía con las costumbres y el idioma de la patria de acogida. Los intelectuales judío-argentinos se hicieron eco de este problema, abogando por una mayor asimilación al entorno social; fruto de ello fue el empleo del español como lengua de expresión de la mayoría de esta nueva generación de escritores y dramaturgos judíos. Una vez establecida como parte del resto de la sociedad argentina, la comunidad judía se enfrentó a nuevos problemas a partir del final de la Segunda Guerra Mundial; la destrucción de la mayor parte de la judería europea y la creación de un hogar para el pueblo hebreo serán los condicionantes que rijan la comunidad judía argentina en este período, que tiene que luchar frente a una nueva oleada de antisemitismo, y la necesidad de mantenerse próximo a los intereses de los judíos del resto del mundo, de Israel, y del país que les acogió.
                               El legado judío en la cultura argentina
Bibliografía:
1. Torquato S. di Tella, “La controversia sobre la educación en Argentina: sus raíces” en Revista Mexicana de Sociología 28. 4 (1966), 871.
2. Leonardo Senkman, “Argentine Culture and Jewish Identity” en The Jewish Presence in Latin America, ed. Laikin Elkin, Judith y Gilber W. Merkx (Winchester: Allen & Unwin, Inc., 1987), 256.
3. Senkman, op. cit., 257.
4. Robert Weisbrot, The Jews of Argentina: From the Inquisition to Perón (Philadelphia: The Jewish Publication Society of America, 1979), 177.
5. Nora Glickman, and Gloria Waldman. Introduction. Argentine Jewish Theatre: A Critical Anthology (Lewisburg: Bucknell UP, 1996), 10.
6. Victor A. Mirelman, Jewish Buenos Aires, 1890-1930: In Search of an Identity (Detroit: Wayne State UP, 1990), 164.
7. Seymour B. Liebman, “Argentine Jews and Their Institutions” en Jewish Social Studies 43. 3 (1981), 316.
8. José C. Moya, “The Positive Side of Stereotypes: Jewish Anarchists in Early-Twentieth-Century Buenos Aires” en Jewish History 18.1: Gender, Ethnicity, and Politics: Latin American Jewry (2004), 31.
9. Liebman, op. cit., 167.
10. Mirelman, op. cit., 285-86; Moya, op. cit., 30.
11. Glickman and Waldman, op. cit., 9.
12. Glickman and Waldman, op. cit., 11.
13. Leonardo Senkman, La identidad judía en la literatura argentina (Buenos Aires: Pardes, 1983), 102.
14. Philip J. Kain, Hegel and the Other: A Study of the Phenomenology of Spirit (Albany: State University of New York Press, 2005), 57.
15. Glickman and Waldman, op. cit., 13.
16. Naomi Lindstrom, Introduction. Jewish Issues in Argentine Literature: From Gerchunoff to Szichman (Columbia: University of Missouri Press, 1989), 5.
17. Louis Nesbit, “The Jewish Contribution to Argentine Literature” en Hispania 33. 4 (1950), 313-14.
18. Alberto Gerchunoff, Los gauchos judíos, 4th ed. (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1950), 12.
19. Gerchunoff, op. cit., 30.
20. Paul Verdevoye, Literatura argentina e idiosincrasia (Buenos Aires: Corregidor, 2002), 496.
21. Lindstrom, op. cit., 13; Senkman, “Argentine Culture and Jewish Identity”, 261.
22. Lindstrom, op. cit., 25, 79.
24. Rita Gardiol, ed., Introduction. The Silver Candelabra & Other Stories: A Century of Jewish Argentine Literature, trad. por Rita Gardiol (Pittsburgh: Latin America Literary Review Press, 1997), 15.
25. J. Calvert Winter, “Some Jewish Writers of the Argentine” en Hispania 19.4 (1936), 433.
26.  César Tiempo [Israel Zeitlein], Sábado pleno: Libro para la pausa del sábado. Sabatión argentino. Sábadomingo. Nuevas devociones (Buenos Aires: Manuel Gleizer, 1955), 17-18.
27. Senkman, La identidad judía en la literatura argentina, 177.

Por: David Domínguez Navarro [Diáspora Judía].

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