Medio millón de personas, descendientes de los judíos expulsados por los Reyes Católicos en 1492, podrán reclamar ahora la nacionalidad española.
Los Bejarano han vivido en Tánger desde hace siglos. Samuel, que bordea los cincuenta y gasta barba blanca, recuerda ahora, desde su casa en Cataluña, que aunque estudiaba en hebreo e inglés y hablaba árabe en las calles marroquís, el idioma que usaba en casa, de puertas para adentro, la lengua en que se dirigía a sus padres y abuelas, era el ladino o judeoespañol. «Parecía que viviéramos aún en los tiempos de Cervantes», sonríe al recordar aquel castellano vetusto y cargado de palabras antiguas que se llevaron consigo los sefarditas, los judíos expulsados de Sefarad (España), cuando el 31 de marzo de 1942 los Reyes Católicos firmaron un edicto que confiscaba sus bienes y tierras y les condenaba al exilio forzoso.
Este mes, el Gobierno español ha decidido reformar el Código Civil para conceder la nacionalidad a los descendientes de aquellos judío-españoles que puedan demostrar sus orígenes o su implicación con el universo sefardí. Las embajadas y consulados de nuestro país en Israel y Sudamérica han empezado a recibir las primeras peticiones de información y han visto colapsadas sus centralitas. Las estimaciones más realistas consideran que cerca de medio millón de personas (unas 150.000 en Israel) estarían en condiciones de poder acreditar su pasado hispánico y hacerse así acreedores de un pasaporte.
Samuel Bejarano es uno de ellos. Sangre hispanojudía corre por sus venas. «El día a día en mi casa de Tánger era español: comíamos a diario los cocidos castellanos y la ensalada cocha, una especie de pisto. Y el día de shabat, tomábamos una sopa con trigo salvaje o un guiso que se hacía la víspera a fuego lento con garbanzos, huevos y verduras». Cuando habla, Samuel Bejarano regresa de cabeza a su infancia, a un pasado español del que no era muy consciente hasta que marchó a estudiar a Israel. Allí descubrió que sus antepasados, al llegar a Marruecos después del exilio, añadieron a su apellido el indicativo de su oficio, haddad, el herrero. Hace casi 30 años, Samuel decidió que quería ser español.
Era la época de los oriundos, cuando decenas de deportistas sudamericanos accedieron a la nacionalidad gracias a sus ancestros hispanos. Nuestro hombre lo tuvo más difícil. «Debí presentar un árbol genealógico (fíjese qué fácil, después de 500 años) y un documento que acreditara que mis padres se habían casado según las antiguas leyes de Castilla. Casi nada…», suspira.
Pueden llamarlo como quieran, el caso es que Samuel Bejarano recibió de sus padres emigrados a Argentina la ‘ketubá’, una suerte de contrato matrimonial, firmado el día de su boda. Allí, en una perfecta transcripción fonética, se leía que la dote de la novia se entregaba «’en duros españoles y siguiendo las antiguas leyes de Castilla’. Allí estaba la frase mágica», dice.
Bejarano consiguió su pasaporte (fue uno de los primeros) y recuperó su pasado. «Hoy, otros descendientes de sefarditas van a poder seguir mi camino. Era un derecho. Es algo muy importante en el judaísmo. No damos limosna: en hebreo es ‘sedaká’ y ‘sedek’ es justicia. Yo no doy dinero, doy justicia. La primera vez que vine a España sentí que este era mi lugar de siempre. Nuestra marcha solo fue un paréntesis», sonríe.
El deseo de retornar
«Los sefarditas, pese a la gran tragedia de la expulsión, no guardan rencor hacia España. Pese a la ruptura, la añoranza, el deseo de volver, de ‘atornar’ a Sefarad, sobrevivió», resume desde Jerusalén el profesor Abraham Haim, presidente del Consejo de la Comunidad Sefardí. Las ramas de su familia, como tantas en Israel, son un intrincado sarmiento, suma de emigrantes en Bagdad con vecinos de Sarajevo, cuyos descendientes van a encontrarse en Palestina. Abraham Haim procede por parte materna de Moisés Pereda, gran rabino de Sarajevo. «De niño, en casa de mis abuelos Reina y David, tuve una buena oportunidad de recibir este legado. Mi abuela siempre decía que hablaba español: ‘pázaros, olhos, vedre, buenas tadres’».
Entre los sefarditas, sostiene la estudiosa Pilar Romeu Ferré, habría tres grandes grupos: los orientales, asentados en su mayoría en el Imperio Otomano, los del Norte de África y los sefardís occidentales, asentados en los Países Bajos, Hamburgo y Venecia. Esta doctora en Filología Semítica se hace la gran pregunta: ¿Cuál es la patria de los sefarditas?
El testimonio de la sefardí argentina Matilde Bensignor es esclarecedor. «Cuando fui a España y caminé por las callecitas de Toledo casi lloro de emoción. En Sevilla escuché el flamenco y sentí que todo mi cuerpo vibraba». Entonces, le preguntan, ¿España es su patria?. «No… Amo el país donde nací. Añoro la tierra de mis antepasados, Sefarad, y siento un amor místico por Israel».
«500 años después, los sefarditas somos los mejores embajadores de España en el mundo», subraya Abraham Haim.
«Una mañana fría de octubre, en los alrededores de Santa Sofía, en Estambul, me refugié en una platería atraido por el vago resplandor que despedían las joyas de sus vitrinas. Tartamudeé unas pocas palabras en inglés y, para mi sorpresa, fui respondido por la mujer que se encontraba al frente de la joyería en una lengua familiar, algo parecido a un castellano seseante y antiguo, con una dulce cadencia. La dama llamó a su madre, que salió de la trastienda, y conversamos sobre España, intercambiamos palabras y romances, risas y refranes sefarditas. Yo regresé con unos pendientes antiguos de azabache y con el recuerdo imborrable de haber sido testigo de otra época», escribía en su cuaderno de notas un viajero extremeño en los años 90.
Kantes judeo-españoles
Liliana Benveniste cultiva en Argentina esa pasión por el judeo-español y rescata antiguos romances y canciones, «kantes judeo-españoles», los llama. Marcelo, su esposo, responsable de la página eSefarad (noticias del mundo sefaradí), solicitará la nacionalidad española en cuanto pueda hacerlo. «Soy un judío sefaradí muy activo: todos mis abuelos venían de la isla de Rodas y del Imperio Otomano… y yo hablaba ladino con mis abuelas Leonor y Rebeca. Con España siento una identificación en lo personal. Amamos España. Aunque nuestro hogar, nuestra patria, sea Israel, pienso pedir la nacionalidad. Es un símbolo importante», proclama desde Buenos Aires.
«Habrá que saber cómo es la ley cuando se apruebe. He propuesto al Gobierno español que nuestra comunidad sefardí, que es la más antigua de Israel ya que data del siglo XIII, conceda la validez de las peticiones. Tenemos el archivo más completo del país. Si hay una familia y un apellido sefardí, nosotros podemos certificarlo», subraya Abraham Haim, que también fue director del Patrimonio Sefardí en el ministerio israelí de Cultura.
Para el pueblo judío, decir Sefarad es referirse a una época de esplendor, «la edad de oro y de la convivencia de las tres culturas» en la Península Ibérica. La posibilidad de solicitar ahora el pasaporte es un eslabón más en ese proceso de reparación histórica emprendido por España. «Mi apellido, Benveniste, viene de Barjá, el bendito, y se españolizó. Hoy podría traducirse por el bienvenido, sí. Cuando estuve en España, el dueño del hotel de Granada donde me hospedé no quiso cobrarme la estancia al leer mi apellido. Le emocionó encontrarme. A mí, a mí, me sucedió lo mismo», se emociona Marcelo Benveniste.