La huella sefardita

Después de 500 años, España invita a los judíos a regresar. La judería de Burgos fue una de las más importantes de toda la Península.

Cerca de cuatro millones de hebreos procedentes de Israel y de América podrían optar a la doble nacionalidad española, después de que el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, haya anunciado la intención de otorgar esta concesión a los sefardíes que en la actualidad hay repartidos por todo el mundo. Un anhelo de aquellas familias que guardaron las llaves de sus casas durante lustros después de que fueran expulsadas por edicto real en 1492; una recompensa que habría de compensar el olvido que durante décadas ha tenido el Gobierno español con los herederos de algunos de los ciudadanos que durante el Medievo ayudaron a la construcción de ciudades enteras.

La judería de Burgos, junto con la de Toledo, fue una de las más importantes del Reino de Castilla. Así lo atestiguan los datos, que revelan que durante el siglo XIII la comunidad judía de Burgos pudo llegar a alcanzar las 700 personas, en una urbe todavía no demasiado poblada, lo que constituía EL 9% de la población. Queridos en la ciudad y protegidos por el monarca, los judíos vivieron durante décadas en la capital burgalesa desempeñando cargos de responsabilidad y con buena fama.

La arqueóloga e investigadora Ana Isabel Ortega explica a Ical el peso que tuvo la comunidad judía en el Burgos del siglo XIII con una recaudación anual de 200.000 maravedíes. «Era una cantidad muy importante para la época, lo que refleja que se trataba de una judería bastante rica”, lo que fue aprovechado por monarcas para avalar algunas de sus campañas bélicas compensando la ayuda prestada con cargos de confianza en la corte.

Los judíos burgaleses se asentaron al oeste de la ciudad, en la zona de Los Cubos y debajo de la ladera del castillo. «Las fuentes documentales sitúan la aljama al oeste de la ciudad en torno a la puerta de San Martín», indica Ortega, quien declara que la ausencia de documentación hace «compleja» la localización del barrio judío. «Una judería como tal solo se produce en los siglos XIV y XV». En esos siglos sí que se han localizado vestigios hebreros en la zona baja de la ciudad, en torno al conocido como Torreón de Doña Alhambra, que cuenta con una pequeña puerta por la que subirían los judíos a la zona alta de la ciudad-la ladera del castillo- donde se encontraba parte de la comunidad hebrea instalada en Burgos.

Instalados en la zona oeste de la ciudad y en algunas calles que recuerdan el oficio que realizaron los judíos más humildes-entre los que destacan profesiones como la de herrero u orfebre-, los judíos atendieron a sus obligaciones con Yahvé desde una sinagoga que los historiadores sitúan en la zona del castillo y de la que no queda vestigio alguno. «No disponemos de datos porque en esta zona hubo enterramientos cristianos posteriores», asevera Ortega, quien localiza la sinagoga en esta zona después de haberse localizado en este entorno elementos de culto como «pequeñas hanukiyas» que utilizaron en la época.

Luces y sombras

Tras años de integración en el Reino de Castilla, donde la comunidad judía convivió sin problemas con la comunidad musulmana y cristiana, la llegada del siglo XV marcó un antes y un después en el desarrollo de los hebreos instalados en los reinos peninsulares. Antesala de la expulsión que tendría lugar un siglo después, Ortega considera que el odio hacia los judíos comenzó a gestarse mucho antes en Europa. «Se les acusó de causar las pestes y el chivo expiatorio se vio en quienes eran diferentes», recalca Ortega, quien recuerda que parte de «la culpa» de esa inquina contra los hebreros que dio paso a su segregación se vio marcada por un anhelo de unidad cristiano que persiguió a quienes acusaron de no abrazar la fe verdadera.

Mientras que en Europa comenzaron a repetirse ataques continuos a las juderías, en España los ataques fueron mínimos. La violencia contra la tradición hebraica se gesta tras la contienda que enfrentó a Pedro I y Enrique de Trastámara a mediados del siglo XIV. En ese momento, los hebreros apoyaron a Pedro I lo que propició el odio del abuelo de Isabel la Católica -Enrique de Trastámara- que aprovechó el enfrentamiento para acelerar ese odio contra los judíos. «Fue Enrique de Trastámara el que promovió esa segregación judía en los reinos de la Península», asevera Ortega, que entiende que el ataque marcó una inestabilidad para toda la comunidad.

Segregación y expulsión

La persecución judía se dejó sentir en la provincia. Así lo recogen las crónicas que narran cómo Enrique de Trastámara arrasó las juderías del norte (Miranda de Ebro, Briviesca y Pancorbo). «Cuando llegó a Burgos el monarca reclamó a los judíos un millón de maravedíes a cambio de no convertirles en esclavos reales», matiza Ortega, quien relata el miedo de una comunidad que se vio obligada a vender parte de sus propiedades para poder satisfacer los deseos de Enrique de Trastámara.

A finales del siglo XIV, la judería burgalesa sería una de las más damnificadas. La muerte de muchos hebreos, la salida de tantos otros de la Península y la conversión de los que temían una represión mayor hizo que perdiera un tercio de su población en poco tiempo. Con la cabeza baja y semiescondidos, los judíos de Burgos vivieron años en guetos hasta la llegada de los Reyes Católicos, cuando fueron forzados a su conversión cristiana y finalmente a su expulsión.

La instauración de la Santa Inquisición y la persecución del diferente hizo que muchos cristianos decidieran convertirse al cristianismo y otros tantos se escondieran en sus casas. La expulsión de los judíos de España sería ordenada en 1492 por los Reyes Católicos mediante el Edicto de Granada. En el mismo, los reyes señalaron su expulsión « para impedir que siguieran influyendo en los cristianos nuevos para que éstos judaizaran». Catorce años después de la instauración en la Corona de Castilla y nueve después de su puesta en marcha en la de Aragón, Isabel y Fernando rubricaron un edicto que marcó un antes y un después en la comunidad judía.

Herencia sefardí

Alrededor de 100.000 judíos huyeron de España en el curso del siglo XV. Muchos salieron por el puerto de Laredo (Cantabria), según atestiguan las fuentes consultadas. Otros lo hicieron por el Mediterráneo para establecerse en el principal motor del momento, el Imperio Otomano. En el viaje por el norte, algunos historiadores consideran que muchos de ellos se quedaron escondidos en la zona cántabra y en poblaciones del norte de Burgos. Este pudo ser el caso de la localidad burgalesa de Orbaneja del Castillo, donde las fuentes orales sitúan la presencia de varias familias judías que habitaron en la localidad sin llegar nunca a convertirse del todo.

Los que menos suerte corrieron fueron los que abandonaron para siempre sus casas y la tierra que les vio nacer. Sus herederos, algunos de los cuales conservan parte de la cultura española y una lengua moribunda con vocablos castellanos, podrán volver a su tierra. Después de 500 años, España invita a los judíos a regresar.

Fuente: El Norte de Castilla – Burgos.

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