Tishá B’Av: El mayor odio de todos
Hace cerca de 2.000 años, un 9 de Av, incendiaron el corazón del pueblo judío: el Templo Sagrado. Desde ese momento, nuestra historia ha estado llena de dispersiones y sufrimiento. Al igual que muchas otras historias tristes, comenzó con un error que desencadenó un fuego que creció hasta alcanzar proporciones épicas. Para curar y reconstruir, necesitamos entender qué fue lo que pasó y qué podemos hacer para repararlo.
Todo comenzó con una fiesta. Al igual que la mayoría de las fiestas, había gente invitada, gente no invitada y gente que no era ni siquiera bienvenida. Desgraciadamente Bar Kamtza estaba tanto en el grupo de los invitados como en el grupo de los que no eran bienvenidos. Esto suele ocurrir en reuniones familiares, pero en esta ocasión, ocurrió de forma accidental.
El anfitrión de la fiesta tenía un amigo y un enemigo, cuyos nombres eran bastante similares: uno se llamaba Kamtza y el otro Bar Kamtza. Dado que era una fiesta pomposa, las invitaciones fueron enviadas por medio de emisarios. Desafortunadamente, el mensajero confundió al amigo y al enemigo, y le entregó la invitación a la persona equivocada, quien terminó asistiendo a la fiesta.
El anfitrión, al ver a su enemigo en su hogar disfrutando de la comida que él había servido, se enojó muchísimo y le dijo a su invitado no deseado que se fuera inmediatamente de su casa. El rechazo, y mucho más aún el rechazo en público, sería muy doloroso para Bar Kamtza, por lo que éste intentó razonar con el anfitrión y le rogó: “Por favor no me eches. Te pagaré por todo lo que coma, pero por favor no me avergüences”.
El anfitrión se rehusó.
“Te pagaré el costo de toda la fiesta, pero por favor no me fuerces a salir”.
El anfitrión se rehusó y lo expulsó de la fiesta.
Para ese entonces, Bar Kamtza estaba de muy mal humor. Cuando vio que los sabios se quedaron sentados en silencio, concluyó que éstos probablemente concordaban con la forma en que lo habían tratado, y si era así, entonces ellos también eran culpables y, por lo tanto, también se vengaría de ellos.
Bar Kamtza se dirigió a las autoridades romanas y les dijo que los judíos se estaban rebelando. Ellos le pidieron una prueba, a lo que él respondió: “Envíen un animal para ser ofrendado en el Templo Sagrado y verán que se rehusarán a hacerlo”. Los romanos enviaron un animal con Bar Kamtza al Templo Sagrado para verificar lo que estaba diciendo.
En el camino, Bar Kamtza le hizo un pequeño daño al animal para invalidarlo como ofrenda de acuerdo a la ley judía. Cuando llegó al Templo, algunos sabios dijeron que de todos modos debían ofrendar el animal, porque al no hacerlo estarían poniendo sus vidas en peligro. Pero la opinión de estos sabios no fue escuchada. Otros sugirieron asesinar a Bar Kamtza para que no volviera donde los romanos para incitarlos en contra de los judíos. Pero ellos tampoco fueron escuchados. Al final, el animal no fue ofrendado y Bar Kamtza se vengó volviendo donde los romanos y hablando mal de los judíos, lo cual a su vez terminó causando la destrucción del Templo Sagrado, la pérdida de muchas vidas y el consecuente exilio.
Cuando Bar Kamtza fue avergonzado en público, ¿por qué nadie intentó ayudarlo? Cuando Bar Kamtza quiso vengarse, amenazando las vidas de todo el pueblo judío, ¿por qué no sabemos de nadie que haya intentado hablar con él para tranquilizarlo? Al menos debería haber sido asesinado por defensa propia, siendo que el mismo Talmud enseña que si alguien viene a matarte, ¡mátalo tú primero! El nivel de pasividad que vemos cuando se trata del bienestar de los demás —ya sea emocionalmente como con la vergüenza de Bar Kamtza o físicamente en el caso de su venganza— es asombroso. ¿En dónde estaba nuestro humanismo?
Cuando nuestros sabios enseñaron que el Templo Sagrado fue destruido por odio gratuito, a esto es a lo que se referían. Odio no es sólo dañar a alguien activamente, sino que también es no sentir interés. Hay odio cuando vemos a otros sufriendo o en peligro y no nos interesamos lo suficiente como para levantarnos y hacer algo. Si lo pensamos, tratar a otros como si no existieran es el mayor odio que puede existir.
Si queremos reconstruir el Templo Sagrado, debemos comenzar con nuestro corazón. Cuando nos interesamos lo suficiente y nos preocuparnos por las personas que nos rodean, ya sea nuestra pareja, nuestros hijos, compañeros de trabajo o vecinos, entonces estamos construyendo los cimientos de nuestro santuario. Cada vez que nos movemos y hacemos algo para ayudar a otra persona, estaremos agregando otro ladrillo. Y con un poco de tiempo, sensibilidad y acciones positivas, tendremos el poder para curar y reconstruir el corazón de nuestra nación y crear una santidad que dure para siempre.
Fuente: aishlatino.com