Toledo, capital de Sefarad

Cuando se entra al casco viejo de Toledo por el puente de San Martín se deja detrás una hilera de autocares aparcados, los que han acercado a los turistas del día. Desde Madrid llegan a veces en multitudes; por eso es conveniente, si se quiere disfrutar de un paseo tranquilo, visitar Toledo entre semana o aguardar a la caída de la tarde, cuando la mayoría de los visitantes vuelve a sus hoteles o residencias de la capital.

Obviando este pequeño inconveniente, desde el puente se contemplan unas magníficas vistas: a un lado del río Tajo, los cigarrales y los cortados rocosos, con una mezcla de verdes que a veces, además de verse, se huele; al otro, más roca, muralla y, en lo alto, el caserío del casco viejo, donde sobresale la figura del monasterio de San Juan de los Reyes.

Las impactantes vistas de Toledo se disfrutan desde dentro, pero también a cierta distancia, sobre todo desde la zona de la carretera de circunvalación que los toledanos conocen como el Valle. Pero volvamos a San Martín. Una vez finalizada la visión panorámica hay que mirar al Tajo y sentir como se desliza. Después, cerrar los ojos, respirar hondo y relajarse. Ahí arriba espera un intenso cúmulo de piedra e historia y es recomendable llegar con la materia gris dispuesta y los músculos descargados.

Entrar de lleno en la judería

Una vez cruzado el río nos espera una primera cuesta, la que conduce al citado monasterio. Recomiendo subir por la travesía de San Juan de los Reyes, con tramos irregulares de escalones que serpentean entre casitas y árboles. Aunque si subimos por la calle principal encontraremos el primer indicio del pasado judío de Toledo: el instituto de educación secundaria Sefarad. Una vez en el monasterio solo necesitamos avanzar unos metros por la calle principal para meternos de lleno en la judería y comenzar el recorrido.

Se puede realizar por libre o en alguna de las rutas guiadas que organiza el ayuntamiento; pero la primera vez es conveniente, incluso obligatorio, deambular en solitario por sus callejuelas, subir, buscar alguno de los miradores desde donde contemplar los tejados, retroceder, perder el norte y acabar, sin saber cómo, en una de las sinagogas, Santa María la Blanca o el Tránsito. En esta última no solo nos espera un magnífico espacio religioso, sino también el museo sefardí. El museo es una fuente de información impagable, pero yo recomiendo dejarlo para una segunda ocasión, porque la primera vez que se pisa Toledo deben ser las sensaciones inesperadas, y no los procesos mentales ordenados, las protagonistas.

Cada paso es interesante

La judería toledana es una mezcla de belleza, desorden estructurado y emoción. Un circuito básico pasará por la calle del Ángel, el recodo de Samuel Leví, la zona de Santo Tomé y el Arco de los Judíos. Los comercios son una parte esencial del recorrido, que no estará completo sin una parada ante las tiendas de artesanía, algunas de la cuales anuncian su mercancía con la estrella de David en el escaparate. Presentan un género muy variado, como espadas, damasquinado, cerámica, ajedreces tallados y objetos litúrgicos. Pero no todo es calidad.

Como en todas las ciudades turísticas también hay espacio para el “fast souvenir“: camisetas con estúpidas leyendas, horribles figuritas de toreros e incluso sombreros mejicanos. Las tiendas de repostería y sus dulces tradicionales son una tentación difícil de superar, como las librerías antiguas, donde abunda el material bibliográfico sobre la ciudad. Todo esto es la judería: evocación inmaterial y satisfacción mundana.

A cada paso llama la atención un detalle interesante, pero si tuviera que elegir algo, serían las cerraduras de las casas más antiguas, para rememorar la leyenda. Esa leyenda que sostiene que los sefardíes se llevaron en la diáspora las llaves de sus casas toledanas, porque esperaban regresar algún día. Toledo es patrimonio de la humanidad. Toledo posee un centro histórico con tantos monumentos que supone un reto agotador conocerlos todos. Toledo es luz, pero su oscuridad es igualmente esplendorosa.

Toledo es la capital de Sefarad, un lugar que para muchos judíos de Jerusalén, Salónica y Estambul es más un espacio mítico que real. No es mi intención que los sefardíes renuncien a ese anhelo, a esa nostalgia por la patria perdida, ni mucho menos; pero quiero que sepan que además de todo eso es un espacio tangible que tiene suelo, paredes y se puede tocar. Y cuando se entra en él por primera vez se siente un cosquilleo revitalizador, como un río interno que fluye animosamente tras varios días de lluvia. No es una fantasía, es una energía real que emana de estas calles.

Por Óscar Monterreal, Historiador, profesor de Escuni (Universidad Complutense de Madrid).

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