El panorama político internacional aguarda con una mezcla de expectación y aprensión el desarrollo del (hipotético) segundo mandato de Donald J. Trump. Para Israel, una nación acostumbrada a navegar las turbulentas aguas de Oriente Medio, la presidencia de Trump ha sido históricamente un faro de apoyo incondicional, un marcado contraste con administraciones anteriores.
Sin embargo, las primeras señales emanadas de este nuevo ciclo presidencial pintan un cuadro desconcertante, sembrando dudas sobre la solidez de una alianza que parecía inquebrantable. Las conversaciones directas con Hamás, los tratos ambiguos con Irán, una visión inviable para Gaza y un reciente acuerdo con los hutíes, todo ello aparentemente sin una coordinación estrecha con el gobierno de Benjamín Netanyahu, han encendido las alarmas en Jerusalén.
Israel, sin una influencia evidente en estas maniobras, solo puede observar y esperar que la «gran revelación» prometida por Trump desenrede este intrincado nudo de incertidumbre. Este artículo profundiza en el legado del primer mandato de Trump, analiza las preocupantes acciones iniciales de su hipotético regreso y explora las posibles implicaciones para la seguridad de Israel y la estabilidad regional.
Un Legado de Apoyo Inquebrantable: La Era Dorada de Trump y Israel (2017-2021)
Para comprender la actual inquietud en Israel, es crucial recordar el tenor de la relación durante el primer mandato de Donald Trump. Su presidencia se inauguró con un gesto simbólico y poderoso, muy diferente al de su predecesor, Barack Obama. En junio de 2009, Obama eligió El Cairo para su primer gran discurso dirigido al mundo musulmán. En él, la referencia a Israel se enmarcó principalmente en el contexto del Holocausto, omitiendo la profunda y milenaria conexión histórica y soberana del pueblo judío con la Tierra Santa. Significativamente, Obama regresó a Estados Unidos sin hacer escala en Israel, el aliado democrático más firme y fiable de Washington en la región.
La aproximación de Trump fue diametralmente opuesta. En mayo de 2017, en su primera gira internacional como presidente, dedicó dos días a Israel. Su imagen, con la cabeza inclinada en señal de respeto ante el Muro de las Lamentaciones, resonó globalmente. Trump no escatimó en palabras para destacar lo que consideraba su «privilegio» al dirigirse al pueblo de Israel desde la ancestral ciudad de Jerusalén. En el Museo de Israel, en el acto final de su visita, pronunció una promesa que caló hondo: «Mi administración siempre estará con Israel».
Este compromiso no fue meramente retórico. Trump fustigó duramente a los líderes iraníes, quienes «piden rutinariamente la destrucción de Israel». Apartándose del guion preparado, y con una vehemencia que electrizó a la audiencia, entre la que se encontraba el Primer Ministro Benjamín Netanyahu, exclamó: «¡Con Donald J. Trump no, créanme!». La ovación fue estruendosa y prolongada. «Gracias», repitió Trump tres veces, y con una sonrisa cómplice, añadió: «A mí también me caen bien». La sala estalló en una carcajada cálida y agradecida, sellando un pacto de confianza.
Las acciones que siguieron a estas palabras cimentaron la percepción de Trump como uno de los presidentes estadounidenses más proisraelíes de la historia:
- Reconocimiento de Jerusalén como Capital de Israel y Traslado de la Embajada: En diciembre de 2017, Trump rompió con décadas de política exterior estadounidense al reconocer oficialmente a Jerusalén como la capital de Israel y ordenar el traslado de la embajada de EE.UU. de Tel Aviv a Jerusalén, un movimiento que se materializó en mayo de 2018. Esta decisión fue aclamada en Israel como un reconocimiento histórico de una realidad irrefutable y un acto de justicia.
- Reconocimiento de la Soberanía Israelí sobre los Altos del Golán: En marzo de 2019, Trump firmó una proclamación reconociendo la soberanía de Israel sobre los Altos del Golán, un territorio estratégico capturado a Siria en la Guerra de los Seis Días de 1967. Esta medida fue justificada por la necesidad de Israel de protegerse de las amenazas provenientes de Siria e Irán.
- Retirada del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) con Irán: En mayo de 2018, Trump retiró a Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán de 2015, conocido como PAIC. Calificándolo de «terriblemente defectuoso» y argumentando que no impedía de forma verificable que Irán desarrollara armas nucleares ni abordaba su programa de misiles balísticos o su apoyo al terrorismo regional, Trump reimplementó duras sanciones económicas contra Teherán. Esta decisión fue aplaudida con entusiasmo por el gobierno de Netanyahu.
- Negociación de los Acuerdos de Abraham: Uno de los logros más significativos de la administración Trump en Oriente Medio fue la intermediación de los Acuerdos de Abraham en 2020. Estos acuerdos históricos normalizaron las relaciones entre Israel y varias naciones árabes, incluyendo los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos. Representaron un cambio de paradigma en la diplomacia regional, demostrando que la paz con el mundo árabe era posible incluso sin una resolución previa del conflicto palestino-israelí.
Este historial de acciones contundentes y favorables a Israel explica por qué la actual deriva en la política exterior de Trump resulta tan desconcertante y alarmante para muchos en el estado judío.
Un Viento de Cambio Inquietante: Las Primeras Maniobras del (Hipotético) Segundo Mandato de Trump
Ocho años después de aquella primera visita cargada de simbolismo, la (hipotética) reelección de Trump y su inminente primer viaje a la región desde entonces marcan un tono radicalmente diferente. Al igual que en 2017, Arabia Saudita figura en su itinerario. Sin embargo, la omisión de Israel en esta primera gira, anunciada de forma abrupta, ha sido el primer jarro de agua fría. Aunque siempre existe la posibilidad de un cambio de planes de última hora, especialmente con un líder tan impredecible como Trump y su insinuación de un «grandísimo anuncio», los hechos y palabras de estos primeros más de 100 días de su nuevo mandato han generado una creciente preocupación en Israel.
- Conversaciones Directas con Hamás sin Previo Aviso: De forma sorprendente y sin informar previamente a Israel, la administración Trump ha iniciado conversaciones directas con Hamás. Este diálogo se ha canalizado a través de un enviado, Adam Boehler, quien, según las críticas en Israel, no parece reconocer la razón de ser fundamental de Hamás: la eliminación del Estado de Israel. La supervisión de estas conversaciones recae en Steve Witkoff, el principal enviado de política exterior de Trump, quien también ha expresado la opinión de que Hamás no es «ideológicamente intratable». Esta aproximación ignora la carta fundacional de Hamás y su historial de terrorismo, y se percibe en Israel como una peligrosa ingenuidad o, peor aún, una legitimación de un grupo terrorista.
- Negociaciones Opacas con Irán: Tras informar a Netanyahu justo antes que al resto del mundo, con un primer ministro visiblemente incómodo a su lado en el Despacho Oval, Trump ha reiniciado conversaciones con Irán, nuevamente con Witkoff al frente. Durante el último mes, altos funcionarios estadounidenses han debatido públicamente si un eventual acuerdo –que Trump asegura «va a suceder»– requerirá el cese completo del enriquecimiento de uranio iraní o no, y si implicará el desmantelamiento de todas las instalaciones nucleares de Irán o no. La ambigüedad es total. Para Israel, cuyo principal objetivo existencial es impedir que un régimen iraní empeñado en su destrucción obtenga un arsenal nuclear, esta falta de claridad es profundamente alarmante. ¿El nuevo acuerdo realmente neutralizará la amenaza nuclear iraní, o será una repetición, o incluso una versión empeorada, del denostado PAIC?
- Una Visión Inviable y Unilateral para Gaza: Aparentemente sin una consulta significativa con Netanyahu, Trump ha esbozado una visión peculiar para el futuro de Gaza. Su propuesta incluye tomar el control de la Franja, arrasarla y transformarla en un proyecto de desarrollo inmobiliario al estilo «riviera» en Oriente Medio. Sin embargo, ha vacilado sobre si esto implicaría la expulsión forzosa de todos sus habitantes. Crucialmente, no ha ofrecido ningún mecanismo creíble para distinguir entre los «maravillosos» habitantes de Gaza no afiliados a Hamás, a quienes reubicaría en un lugar no especificado, y los miembros de Hamás, a quienes considera «inhumanos» y que necesitarían ser eliminados. Esta visión, además de sus implicaciones humanitarias y legales, ignora la complejidad de la sociedad gazatí y la arraigada presencia de Hamás.
- Un Acuerdo Sorpresivo con los Hutíes: La gota que ha colmado el vaso para muchos en Israel llegó el martes pasado. Apenas dos días después de que el grupo terrorista hutí de Yemen lograra violar las generalmente efectivas defensas aéreas israelíes y disparara un misil balístico hacia las inmediaciones del Aeropuerto Ben Gurion –a escasos cientos de metros de la torre de control principal, provocando la cancelación de casi todos los vuelos internacionales hacia y desde Israel–, Trump anunció un acuerdo con los hutíes. Bajo este pacto, Estados Unidos cesaría sus ataques contra los activos hutíes. Una vez más, y de manera sorprendente, no hubo advertencia previa a Israel. Como consecuencia directa de las actividades maliciosas de este grupo terrorista, al que Trump ahora parece exonerar, las aerolíneas israelíes se han convertido en la única conexión fiable del país con el resto del mundo. Si Trump intentó exigir a los hutíes que cesaran sus ataques contra Israel como parte del acuerdo, evidentemente no tuvo éxito. Tras el anuncio, los hutíes reafirmaron su intención de continuar atacando a Israel y, de hecho, lanzaron un dron en dirección a territorio israelí el miércoles por la mañana.
Estos movimientos, tomados en conjunto, sugieren una desconexión preocupante con las sensibilidades y necesidades de seguridad de Israel, o quizás una nueva estrategia donde los intereses israelíes ya no ocupan un lugar prioritario.
Descifrando la Estrategia de Trump: «America First» y Animosidades Personales
Si no fuera por el recuerdo vívido de ese primer mandato tan favorable a Israel –no solo en retórica, sino en acciones demostrables e increíblemente trascendentales–, uno podría llegar a pensar que Trump ha asumido esta nueva presidencia con un profundo desacuerdo estratégico con Israel, o al menos con una notable indiferencia. Algunos analistas sugieren que su animosidad personal hacia Netanyahu, tan evidente cuando se filtraron sus comentarios de «Que le jodan» en enero de 2021 (después de que el primer ministro israelí felicitara a Joe Biden por su victoria electoral), podría estar influyendo en sus decisiones.
Trump ha llegado a la Casa Blanca, esta vez, con la promesa explícita de «detener las guerras» y priorizar a «Estados Unidos Primero». El primer objetivo, si fuera alcanzable de manera sostenible, sería sin duda loable y enormemente beneficioso para la humanidad. Y, ciertamente, todo líder nacional tiene la obligación primordial de anteponer los intereses de su propio país. Sin embargo, la complejidad de la geopolítica moderna rara vez permite soluciones simplistas. No se pueden «detener parcialmente» las guerras ni llegar a acuerdos con naciones enemigas únicamente en función del interés propio inmediato, especialmente cuando se lidera una superpotencia mundial cuyo rol presidencial históricamente ha incluido el liderazgo del mundo libre.
Intentarlo constituiría un abandono de los aliados y solo ofrecería una victoria fugaz para los intereses de Estados Unidos. Los enemigos genocidas a los que se enfrenta el mundo libre, como Irán y sus proxies, no pueden ser sometidos –de hecho, se ven fortalecidos– por acuerdos cortoplacistas, superficiales e inadecuados que no abordan las causas raíz de su hostilidad.
La doctrina «America First», interpretada de manera aislacionista, podría llevar a Trump a buscar acuerdos rápidos que proyecten una imagen de pacificador, incluso si estos acuerdos socavan la seguridad a largo plazo de aliados clave como Israel. La prisa por cerrar tratos, una característica del estilo de negociación de Trump, podría llevarlo a pasar por alto detalles cruciales o a ceder en puntos fundamentales para la seguridad israelí, como la supervisión del programa nuclear iraní o las garantías de cese de hostilidades por parte de grupos terroristas.
El Crisol Interno de Israel: La Urgencia de la Unidad ante la Incertidumbre Externa
Mientras Estados Unidos parece navegar bajo el timón de un líder impredecible, la necesidad de que Israel forje una unidad interna para su propia defensa nunca ha sido tan acuciante. Israel siempre ha defendido con firmeza su capacidad de autodefensa («Israel se defenderá por sí misma»), pero también ha dependido históricamente de aliados externos clave para obtener apoyo militar, diplomático, económico y de inteligencia, tanto práctico como psicológico.
Desde el ataque de Hamás del 7 de octubre y la subsiguiente guerra en Gaza, ese apoyo internacional ha experimentado un declive quizás sin precedentes. Se ha observado una despreciable prisa en muchos sectores por culpar a la víctima –Israel– mientras lucha por desmantelar la infraestructura de gobierno y terror de Hamás en Gaza y por lograr la liberación de los rehenes. Esta erosión del apoyo internacional hace que la relación con Estados Unidos sea aún más crítica.
Sin embargo, internamente, Israel enfrenta sus propias divisiones. El Primer Ministro Netanyahu, según sus críticos, continúa fomentando la polarización al denunciar a oponentes políticos y públicos como herramientas de los enemigos de Israel, al atacar a instituciones estatales independientes, al desacreditar al poder judicial y al defender la exención del servicio militar para la comunidad ultraortodoxa, incluso cuando la carga sobre las fuerzas de reserva es cada vez más pesada.
Actualmente, Netanyahu parece estar a punto de embarcarse en una operación militar enormemente ampliada en Gaza. Esta operación, advierten muchos, corre el riesgo de poner en mayor peligro a los rehenes restantes, provocará inevitablemente la muerte de más soldados israelíes y de más civiles gazatíes. A pesar de esto, Netanyahu insiste en que esta nueva fase logrará la «victoria total» que 18 meses de guerra no han conseguido. Afirma que el último plan de guerra fue elaborado y recomendado por el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).
No obstante, su ministro de finanzas de extrema derecha, Bezalel Smotrich, de cuyo apoyo político depende la coalición de gobierno, ofreció una visión radicalmente diferente y alarmante esta semana. Smotrich se entusiasmó al afirmar que esta operación no resultará en el reemplazo de Hamás por un gobierno local, regional o internacional confiable, sino en la «destrucción total» de Gaza, el confinamiento de su población a una estrecha zona fronteriza y la reocupación permanente de la Franja por parte de Israel y sus fuerzas. Esta visión contradice abiertamente los objetivos declarados por las FDI y por gran parte del establishment de seguridad israelí, y amenaza con aislar aún más a Israel en la escena internacional.
La metáfora más terrible de la condición debilitantemente dividida de Israel se manifestó al comienzo del Día de la Independencia. La ceremonia oficial de apertura en vivo tuvo que ser cancelada y, en su lugar, se transmitió un ensayo general pregrabado. La razón oficial fueron los fuertes vientos, pero estos vientos también avivaron algunos de los peores incendios forestales que el país ha enfrentado en áreas alrededor de Jerusalén. No era solo una metáfora de un país en llamas mientras intentaba celebrar su independencia; partes del país estaban, literalmente, en llamas.
Las transmisiones de televisión alternaban entre las celebraciones pregrabadas y los incendios forestales en tiempo real. Los heroicos servicios de bomberos y rescate –supervisados, irónicamente, por el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, a quien muchos consideran un pirómano político, y estratégicamente desprovistos de recursos por un gobierno calificado por algunos como disfuncional– luchaban desesperadamente por controlar las llamas. Mientras tanto, Netanyahu culpaba erróneamente a pirómanos árabes, y su hijo, conocido por sus controvertidas declaraciones, señalaba con el dedo a «la izquierda».
En este contexto de división interna y presión externa, las palabras de un observador estadounidense durante un evento del Día de la Independencia en la Embajada de Israel en Washington D.C. resuenan con especial fuerza: «Israel es una nación extraordinaria desde su fundación. Ha enfrentado amenazas externas con creatividad, resiliencia y triunfo, y Estados Unidos siempre será su aliado más fuerte. Sin embargo, la fuerza de Israel reside en su unidad». Prosiguió: «En los últimos 20 meses, innumerables israelíes han sacrificado muchísimo. En su honor, insto al pueblo israelí a elegir la unidad por encima de la división, la visión por encima del desacuerdo y la esperanza por encima de la desesperación. Cuando lo hagan, el futuro de Israel brillará con más fuerza que nunca».
Sorprendentemente, el orador de estas sabias palabras fue Steve Witkoff, el mismo enviado de Trump que ahora lidera las conversaciones con Hamás e Irán. Israel necesita desesperadamente apoyo, una consulta abierta y constructiva, y un liderazgo sensato por parte de la administración estadounidense, pero también debe encontrar la cohesión interna para navegar estos tiempos inciertos.
A la Espera del «Gran Anuncio»: Esperanza, Escepticismo y el Camino a Seguir por Israel
Tal como están las cosas, Israel tiene cada vez más motivos de preocupación provenientes de un presidente estadounidense que, según sus propios líderes y una considerable mayoría del país esperaban, priorizaría el bienestar de Israel en su agenda global. La esperanza, aunque menguante, reside en ese «gran anuncio» que Trump ha insinuado. Quizás, contra todo pronóstico, el impredecible presidente estadounidense cambie de planes y demuestre su solidaridad con Israel encontrando tiempo para visitarlos.
Quizás esté jugando una partida de ajedrez geopolítico tan astuta y compleja que, cuando todas las piezas se revelen, Irán, los hutíes, Hamás y otros adversarios se vean superados tácticamente e indefensos. Tal vez entonces se materialice la visión de nuevos aliados árabes, prometidos por Trump en la estela de los Acuerdos de Abraham, uniéndose a Israel para conformar un frente común, dejando a la nación judía mucho más segura.
Evidentemente, los líderes israelíes están encontrando dificultades para ejercer una influencia significativa en las actuales deliberaciones de Washington. Por lo tanto, en gran medida, solo pueden esperar y prepararse para diversos escenarios.
Es imperativo recordar las propias palabras de Donald Trump, pronunciadas en Jerusalén el 23 de mayo de 2017, palabras que contrastaron tan favorablemente con las de su predecesor: «Los lazos del pueblo judío con esta Tierra Santa son antiguos y eternos. Se remontan a miles de años, incluyendo el reinado del rey David, cuya estrella ahora ondea con orgullo en la bandera blanca y azul de Israel». Al enfatizar esta conexión milenaria, Trump reconoció la legitimidad histórica de Israel de una manera que Obama había evitado.
Trump continuó en aquel discurso: «Pero un futuro esperanzador para los niños de Oriente Medio requiere que el mundo reconozca plenamente el papel vital del Estado de Israel. Y, en nombre de Estados Unidos, nos comprometemos a apoyarlos y defender nuestros valores compartidos para que juntos podamos derrotar al terrorismo y crear seguridad para todos los hijos de Dios».
Conclusión: Navegando la Incertidumbre con Determinación y Unidad
La relación entre Estados Unidos e Israel se encuentra en una encrucijada potencialmente transformadora. El primer mandato de Donald Trump estableció un precedente de apoyo férreo, materializado en políticas audaces que realinearon el panorama geopolítico de Oriente Medio a favor de Israel. Sin embargo, las señales iniciales de su (hipotético) segundo mandato han introducido una dosis considerable de incertidumbre y preocupación. Los acercamientos a Hamás e Irán, la desconcertante visión para Gaza y el acuerdo con los hutíes, todo ello realizado con una aparente falta de consulta profunda con Israel, plantean serias dudas sobre la dirección futura de la política estadounidense en la región.
Israel se enfrenta al desafío de interpretar las intenciones de un líder conocido por su imprevisibilidad y su enfoque transaccional de la política exterior, bajo el paraguas de «America First». Mientras el mundo espera el «gran anuncio» de Trump, Israel debe fortalecer su unidad interna, un factor crucial que el propio enviado de Trump, Steve Witkoff, ha destacado como esencial para la fortaleza del país. La resiliencia histórica de Israel, su capacidad de innovación y su determinación para defender su existencia serán puestas a prueba una vez más.
Más allá de la retórica y las promesas, las acciones concretas definirán el verdadero carácter de la relación EE.UU.-Israel en esta nueva era. Israel, por su parte, debe continuar diversificando sus alianzas, fortaleciendo sus capacidades de autodefensa y abogando incansablemente por sus intereses de seguridad en todos los foros internacionales. La esperanza es que la administración Trump, recordando sus propios compromisos pasados y la importancia estratégica de un Israel seguro y estable, reconsidere cualquier rumbo que pueda poner en peligro a su aliado más firme en Oriente Medio. Mientras tanto, Israel debe prepararse para navegar aguas potencialmente más turbulentas, confiando en su propia fortaleza y en la sabiduría de buscar la unidad en tiempos de división. Amén a las palabras de apoyo de 2017, pero la vigilancia y la acción estratégica son las necesidades del presente.