El falso amor de los árabes por Jerusalém
La Basílica Santa María, convertida en mezquita, hasta el tiempo de las cruzadas continuó siendo un “lugar de postración ante Alá”. En junio de 1099, Jerusalén fue conquistada por los cruzados, y fue introducido un orden eclesiástico y estatal según el modelo europeo, y fundado el Reino de Jerusalén (Gottfried von Bouillon).
La ex iglesia, temporalmente, fue usada como palacio real. El posterior Rey Balduin II de Jerusalén (1118-1131), concedió en 1118 a la Orden del Templo (Militia Templi), fundada por Hugo von Payens, un ala del edificio entonces llamado “Templum Salomonis”, el cual, hasta el año 1129, fue ampliado hasta llegar a ser una fortaleza.
Después de que el curdo Saladin pudo movilizar al mundo árabe para la Guerra Santa contra los cristianos, los cruzados sufrieron tal derrota en el combate de Hattim, en el Mar de Galilea en 1187, que tuvieron que aceptar la caída de Jerusalén.
El edificio de los templistas fue convertido nuevamente en una mezquita, siendo consagrada nuevamente a Alá el 9 de octubre de 1187.
En una tercera cruzada (1189-1192), el Rey Richard Löwenherz trató en vano de recuperar Jerusalén. Recién el Emperador Friedrich II (1212-1250), se dispuso a alcanzar la meta de las cruzadas por medios diplomáticos.
Él hizo un contrato con el sultán egipcio El-Kamil en Jaffa, en 1229, en base al cual Jerusalén (sin el Domo de la Roca y la Mezquita Al-Aqsa) y otras regiones fueron devueltas otra vez, aunque el Papa y el patriarca de Jerusalén rechazaron esta solución.
Después de otros intentos infructuosos por retener esas regiones, los soldados de las cruzadas fueron derrotados finalmente, en 1291, por los mamelucos egipcios (anteriores esclavos de descendencia turca y caucásica, que como soldados habían tomado el poder en el Nilo y fortalecían el islam sunita).
En 1303, los templistas abandonaron su última base, la isla Ruad frente a Tortosa. El fin de los estados de las cruzadas tuvo considerables consecuencias para los cristianos nacionales durante la soberanía islámica: ellos llegaron a ser Dhimmis, o sea ciudadanos con muy pocos derechos.
A principios del siglo dieciséis, el dominio de los mamelucos encontró su fin, cuando el sultán osmano Selim I (1512-1520) sometió a Siria, a Palestina y al valle del Nilo, en una rápida marcha triunfal.
Hasta el fin de la Primera Guerra Mundial, Jerusalén siguió siendo parte del imperio osmano. La situación recién cambió cuando, después de la derrota del mismo, el Cercano Oriente fue repartido en zonas de mandato, siendo administradas por los vencedores, Inglaterra y Francia, hasta la fundación de los estados árabes. El territorio del Israel bíblico, entretanto, casi exento de gente y desértico, fue colonizado y cultivado sistemáticamente por los judíos desde el siglo diecinueve, a través de la inmigración.
Ningún interés anteriormente a 1967. La poca importancia que tenían las dos mezquitas sobre el Monte del Templo para los musulmanes, en la lejana ciudad de Jerusalén, hasta nuestros tiempos, lo documentan las imágenes del Bonfils Studio Beirut de 1875, que muestran un lugar sin gente y descuidado, en el cual las malezas crecían entre las piedras. El Domo de la Roca muestra claras huellas de decadencia.
(La restauración recién fue realizada a mediados del siglo veinte, y la cúpula recibió su baño dorado en los años 60, gracias a una donación del Rey jordano Hussein).
También llaman la atención las descripciones de las imágenes mencionadas: “Mosquee d’Omar et tribunal de David” o “Al Aqsa Mosque – Note overall disrepair and lack of use” (Mezquita Al Aqsa – Note el desarreglo en general y la falta de uso”. En otra imagen, al contrario, se ve un grupo grande de judíos que oran en el “Western Wall” (Muro Occidental).
Se confirma también el estado general del país, a través de anotaciones en el diario de Mark Twain, quien viajara por la Tierra Santa en 1867: “Es un país desconsolador. Apenas se ve árbol o arbusto alguno que dé sombra.”
Además, es notable que hasta en nuestros días, los dignatarios y las autoridades islámicas no encontraron el camino a sus “santuarios” en Jerusalén – tampoco durante la ocupación ilegal jordana, desde 1948 a 1967 – con una excepción: El padre del Rey Hussein, el Emir y más tarde primer rey de Jordania, Abdalah, fue asesinado en 1951 durante una visita a Jerusalén, en la Al-Aqsa. Él buscaba un acuerdo con Israel y tuvo que pagarlo con su vida.
Tampoco en ese tiempo, los árabes hicieron nada para revalorizar el lugar del templo, o la parte oriental de Jerusalén.
Del mismo modo, tampoco hubo intento alguno de fundar un estado (“Palestina”) con una capital (Jerusalén Este). La Carta de la OLP de 1964 documenta este hecho.
Para el mundo islámico, Jerusalén y la Mezquita Al-Aqsa recién llegaron a ser importantes después de la Guerra de los Seis Días de 1967, convirtiéndose en un símbolo de la lucha política contra Israel.
Por eso, se buscó una razón para fundamentar, también religiosamente, la guerra contra Israel y contra su Ciudad Santa. No solamente los árabes están convencidos de que Jerusalén es una ciudad santa para el islam, sino también algunos “científicos del islam” occidentales – a pesar de que Jerusalén no es mencionado en las fuentes más importantes del islam.
Esto tiene que ver – como ya mencionamos – con la leyenda en la cual el supuesto viaje celestial de Mahoma, un año antes de su huída (“emigración”) a Medina (621), es narrado y creído, también, por los musulmanes con educación.
Este hecho también muestra que, según el Corán, la Jihad, como sexta columna del islam, es un elemento sumamente importante para la propagación de esta ideología y religión. Esto está resumido en la Sharia, la ley estatal básica del islam.
Posiblemente no injustamente, Leon de Winter denomina a esta conexión de ideología violenta y religión de las tribus del desierto árabe, del siglo siete, como “fascismo religiosamente disimulado”. La “Guerra Santa” es una responsabilidad obligatoria (= Fardh Kifaya) para cada musulmán y para cada nación musulmana (ver Sura 9,41; 112, etc).
La victoria sobre los “incrédulos”, sobre todo judíos y cristianos, se documenta en que se destruyen sinagogas, y en que las iglesias importantes son convertidas en mezquitas, o destruidas.
Cuando Jordania, en 1948, anexó la parte este de Jerusalén, todas las sinagogas allí, 58 en total, fueron demolidas. En el lugar del Templo, actualmente también se destruye o se lleva a los basurales todo lo que aún queda, que indique que allí una vez estuvo el templo. Ahora, incluso, los árabes niegan la anterior existencia del templo.
El Mufti de Jerusalén Este, Mahoma Hussein, dijo recientemente que nunca había existido un templo judío, a pesar de que le fue presentado un documento árabe de 1935 acerca de este hecho.
La mentira y el encubrimiento de los hechos frente a los “incrédulos”, ya fueron justificados por uno de los más importantes “teólogos” y pensadores del islam como medio en la lucha.
Al-Ghazzali (1059-1111) dijo: “Sepa, que la mentira en sí no está mal. Si una mentira es el único camino para llegar a un buen resultado, está permitida. De ahí que tengamos que mentir, si la verdad lleva a un resultado incómodo.”