Las cinco opciones políticas de Israel respecto a Judea y Samaria

El tratar de diseñar una política israelí coherente hacia una Autoridad Palestina (AP) posterior a Abbas es como intentar construir una casa sobre arenas movedizas. La situación es constantemente sacudida por temblores y corrientes subterráneas.

Estas incluyen la actual ola de violencia terrorista contra los israelíes, aunque en declive; un distanciamiento cada vez mayor dentro de Fatah entre Abbas y sus detractores la cual está muy ligada a la lucha por su sucesión; y la posibilidad que la vinculación entre esos dos acontecimientos pueda degenerar en una guerra civil (otra plaza en la guerra de poder librada entre Irán y Arabia Saudita y sus respectivos aliados).

Israel no puede darse el lujo de ser un observador pasivo de los eventos según se desenvuelvan dentro de la AP. La aldea palestina de Budros sostiene una postura estratégica a tan sólo 11 kilómetros de la pista principal del único aeropuerto internacional de Israel. La periferia de la ciudad palestina de Tulkarem se encuentra a varios cientos de metros de la carretera Rabin, la arteria norte-sur de Israel.

Cuando Abbas se marche de la escena, los israelíes que toman las decisiones tendrán que considerar cinco enfoques políticas radicalmente diferentes hacia la AP.

Primero, Israel puede participar en la resolución del conflicto de una manera que mantenga la posibilidad de crear un estado palestino. Segundo, Israel puede promover fricción con los palestinos aprovechando las oportunidades de incrementar los asentamientos y otras formas de construcción del Estado de Israel. Tercero, Israel puede desistir de tomar medidas a fin de estabilizar a la AP si el caos emerge sobre el tema de la sucesión. Las opciones cuarta y quinta propuestas, por bandos opuestos del espectro político, promueven las acciones unilaterales. El Campamento Sionista busca la retirada unilateral, mientras Bait Ha-Yehudí pide una anexión selectiva de los asentamientos.

Una sexta opción, el participar en negociaciones inmediatas con los palestinos hacia el rápido establecimiento de un estado palestino, es considerada factible y aconsejable por sólo dos actores políticos marginales – los partidos políticos Meretz y la Lista Árabe Unificada – y por lo tanto no serán consideradas en este artículo.

La opción “Gestión del Conflicto”

La opción gestionadora del conflicto sostiene que la paz no es posible en un futuro previsible, pero que Israel se beneficiara al abstenerse de acciones tales como la construcción de asentamientos que comprometen las posibilidades de una eventual solución de dos estados. La ventaja de esta opción es que se ajusta a las costumbres y expectativas de la comunidad internacional, incluyendo el más firme aliado de Israel, los Estados Unidos y los países amigos de Europa tales como Alemania, Gran Bretaña e Italia.

Estos bandos consideran la construcción de dos estados como la única solución sobre la mesa, a pesar que reconocen que no puede lograrse en un futuro inmediato. Estos ven al gobierno de Israel por encima de la Línea Verde como el ente de ocupación y se preocupan que el fracaso para resolver el problema sobre la base de dos estados conducirá a un estado binacional disfuncional empañado por una considerable violencia interna.

Para mantener la viabilidad de una solución de dos estados para el futuro, será necesario reducir los asentamientos más allá del bloque de Gush Etzion y todos los asentamientos no adyacentes a la Línea Verde, en forma breve, a fin de mantener el estatus quo. Los inconvenientes de este enfoque son claros: los palestinos no poseerán ningún incentivo para venir a la mesa de negociaciones y los colonos y ciudadanos israelíes sobre la Línea Verde son convertidos en víctimas de la pasividad política. Sin embargo, los defensores de esta opción argumentan que estos inconvenientes son menores en relación al aislamiento internacional que Israel sufriría si abandona el principio de solución de dos estados. El precio de tal desviación del compromiso con la solución incluirá la alienación de la mayoría de la diáspora judía, especialmente en los Estados Unidos.

El enfoque de gestión del conflicto cree en mantener el control militar total sobre Judea y Samaria mientras que al mismo tiempo promueve lazos económicos con los palestinos a través de la Línea Verde. Esos lazos sirven a los dos propósitos. Hasta cierto punto, pacifican a la población árabe de Judea y Samaria; y garantizan el acceso al segundo mayor mercado de Israel. El aumentar el número de trabajadores palestinos en Israel también aumenta los medios para comprar productos israelíes. Esta estrategia ha funcionado hasta ahora, tanto en términos de reducción de terrorismo y el aumento del poder de compra de los palestinos.

Debería el gobierno mantener esta política, es probable que enfrente poca oposición, ya sea a nivel nacional o entre los aliados internacionales de Israel.

La opción “Fricción”

Los detractores de la opción gestión del conflicto argumentan que Israel ha perdido la iniciativa en su conflicto con los palestinos. Estos sostienen que Israel no debería absorber los costos de las iniciativas palestinas en cambiar el status quo, tales como ataques terroristas o construcciones ilegales intensivas en la zona C (que se encuentra bajo control exclusivo de Israel). Por el contrario, Israel debería hacer coincidir las iniciativas palestinas con iniciativas aún más audaces, tal como lo hizo con tanto éxito durante el Mandato y en los primeros años del estado. Israel debería promover la construcción del Estado de Israel en Judea y Samaria, al menos hasta que los palestinos pidan o ruegen por la paz.

En la reciente ola de ataques palestinos por ejemplo, la incitación de la AP y Hamás a la violencia en las zonas de Hebrón y Jerusalén debería ser contrarrestada por acciones ofensivas israelíes, incluyendo asentamientos. Los asentamientos, por lo que se argumenta, promueven la seguridad.

Al menos, Israel debe impedir o demoler las construcciones palestinas a gran escala diseñadas para cambiar las realidades estratégicas en el terreno. Esta construcción es más evidente en la zona E-1, que se extiende desde la Colina Francesa a través de Issawiyeh, Al-Zaim y la sección oriental de A-Tur a lo largo de la carretera entre Jerusalén y Jericó. En esta área, los palestinos están haciendo un esfuerzo concertado en crear una extensión urbana continua palestina desde el sur de Jerusalén hacia el norte, a pesar de la barrera de seguridad.

Las desventajas de esta opción política son claras. Habrá una oposición interna desde la Izquierda, pero el gobierno podría superarla. El mayor peligro es la considerable hostilidad que se generaría hacia Israel entre ambos los Estados Unidos y la Comunidad Europea si Israel construye asentamientos en su reacción al terrorismo y participa en el desmantelamiento masivo de construcciones ilegales, algunas de las cuales fueron fomentadas por la UE.

La opción del “Caos Constructivo”

Varios contendientes dentro de la AP ya han comenzado a competir sobre quién heredara el liderazgo luego de la salida o desaparición de Muhammad Abbas, quien tiene ya 83 años. Esta competencia ha provocado un debate sobre si Israel debería apoyar un candidato adecuado por el bien de la estabilidad o sentarse en el banquillo a pesar que el conflicto pudiera degenerar en caos. Los partidarios de este último punto de vista creen que el caos y la posible disolución de la AP y la posterior atención por parte de actores internacionales en pacificar la zona, pudieran aliviar la presión sobre Israel para entrar en procesos de paz no realistas.

Una parte palestina debilitada por la prolongada inestabilidad también pudiera ser susceptible a un acuerdo de paz más favorable a los intereses y preocupaciones de Israel. Es muy probable sin embargo, que los palestinos permanecerán fragmentados, en donde la AP se convertirá en dos o más autoridades en Judea y Samaria.

En cualquiera de los casos, es menos probable que la comunidad internacional pudiese pensar que puede resolver el problema palestino a expensas de Israel. En caso de que la AP se fragmente, los aliados de Israel podrían sentirse más inclinados a pensar en el problema palestino de la forma en que lo hacen los israelíes como un problema de gestión de conflicto en lugar de un problema que es soluble a través de la creación de un estado cuya construcción se encuentra en marcado contraste con la realidad sobre el terreno.

Dicho esto, los inconvenientes de la opción constructiva caos son igualmente crudos. Caos pudiera significar el final, al menos inicialmente, de la cooperación de seguridad que ha reducido el terrorismo dirigido contra los israelíes en general y en particular hacia los colonos. Caos también pudiera aumentar la unidad de la base con el fin de deslegitimar al estado judío por aquellos que culparan a Israel por el miserable estado de las cosas en Judea y Samaria.

Los costos económicos del caos también son considerables. La AP es el segundo mayor socio comercial de Israel y posiblemente el mayor mercado para los bienes y servicios israelíes que no son de alta tecnología, un segmento del mercado que emplea una abrumadora parte de la fuerza laboral de Israel. Caos por lo general trae bajo su estela una recesión económica, lo que probablemente afecte la demanda de los productos israelíes.

La opción caos es probable que sea opuesta por la Izquierda política y por los poderosos grupos de presión tales como la Asociación de Fabricantes y el Histadrut (Federación Laboral de Israel). Sin embargo, si el gobierno decide por esta opción, la oposición interna es poco probable que sea lo suficientemente fuerte como para prevenirlo.

La opción “Retirada Unilateral de Judea y Samaria”

Isaac Herzog, líder de la Unión Sionista (Majané Tzioní), promueve formalmente la retirada unilateral israelí del 85% de Judea y Samaria, incluyendo 28 localidades palestinas dentro de los límites municipales de Jerusalén, como medio de separación de los palestinos. Su plan prevé mantener el control militar completo y exclusivo sobre los bloques de asentamientos de Gush Etzion y Ariel y el valle del Jordán y una presencia militar activa en otros lugares de la AP.

La retirada unilateral garantizara, supuestamente, el carácter de Israel como un estado judío retirándose hacia el entorno de la barrera de seguridad, que conforma estrechamente las fronteras permanentes futuras según lo previsto por los Estados Unidos, el aliado clave de Israel. Transfiriendo la responsabilidad de la mayor parte del territorio de Judea y de Samaria y prácticamente la totalidad de sus habitantes palestinos a la AP, Israel ya (supuestamente de nuevo) no sería visto como ocupante; su imagen se verá reforzada; y la influencia del movimiento BDS se sentiría con menos intensidad.

Una vez más, es relativamente fácil identificar inconvenientes en este plan. El desmantelamiento de decenas de miles de colonos israelíes sería una tarea difícil y costosa. Por otra parte, la acción probablemente agrave considerablemente la situación de seguridad, dado que muchas fuerzas y grupos terroristas en la AP interpretarán la medida como un acto de debilidad y se animaran a aumentar los ataques con el propósito de lograr una retirada total.

La retirada unilateral ofrece pocos incentivos a los líderes de la AP de entrar en un proceso de paz y probablemente endurecer posturas palestinas sobre temas espinosos de soberanía por Jerusalén y el así llamado “derecho de retorno” para los refugiados. Con toda probabilidad, esta opción daría lugar a la caída del gobierno. Cualquier gobierno de unidad creado en su estela probablemente desista de la opción.

La opción “Anexión Unilateral de la Zona C”

El partido Bait Yehudí (Casa Judía) pide al gobierno anexarse las áreas designadas en los acuerdos de paz de Oslo tales como la Zona C. Este territorio está bajo el exclusivo control administrativo y político israelí y está en su mayor parte, escasamente poblado por árabes. Esta área se compone de las colinas del sur de Hebrón, la mayoría de las partes del este de Judea y Samaria y el área entre Maale Adumim y Jericó hasta el río Jordán.

La anexión implica actividades de asentamientos en las áreas anexadas. Los inconvenientes son evidentes. La oposición internacional sería altamente ruidosa, quizá al punto de imponer sanciones contra Israel. La oposición interna sería intensa también, aunque probablemente no al punto de impedir la acción si el gobierno de turno fuese a elegirlo. Habría pocos efectos económicos internos de tal acción, pero el comercio internacional de Israel y el flujo de las inversiones pudiera verse afectado de manera significativa.

Ninguna de estas opciones es la ideal, lo que probablemente es por qué el debate es a su vez tan vívido e indeciso. Todas las cinco confirman la necesidad de mantener una presencia militar en Judea y Samaria, pero para diferentes propósitos.

La opción “cuidadora” es probablemente la más factible y la opción de retirada unilateral la menos factible. La retirada unilateral en cualquier caso, probablemente resulte ser domésticamente imposible. La opción caos no está totalmente en manos de Israel, condicional a los desarrollos internos en la AP. Tanto las opciones de fricción y de anexión encontraran una rígida oposición internacional, lo que pudiera dar lugar a una oposición interna por un pueblo dispuesto a asumir costos económicos a largo plazo de tales políticas.

Hillel Frisch es profesor de estudios políticos y del Medio Oriente en la Universidad Bar-Ilan, e investigador asociado en el Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos.

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