En el árido y silencioso paisaje del desierto de Judea, entre acantilados de piedra caliza que han vigilado el Mar Muerto durante milenios, se encuentra uno de los tesoros arqueológicos más importantes de la humanidad: los Rollos del Mar Muerto. Considerados ya los manuscritos más antiguos de la Biblia hebrea, estos frágiles pergaminos y papiros han sido durante más de 70 años una ventana sin parangón a un período crucial de la historia religiosa y social. Sin embargo, en pleno siglo XXI, una nueva voz, nacida no de la carne y el hueso, sino del silicio y los algoritmos, está desafiando nuestras suposiciones más arraigadas sobre su origen. Esta voz se llama «Enoch», una inteligencia artificial que, tras un minucioso análisis, sugiere que la historia de estos textos sagrados podría ser aún más antigua de lo que jamás habíamos imaginado.
Una investigación revolucionaria, liderada por un equipo de la Universidad de Groningen en los Países Bajos, ha combinado la sabiduría ancestral de la paleografía con el poder computacional de la IA para proponer una nueva cronología. Los resultados, publicados en la prestigiosa revista PLOS One, indican que algunos de los manuscritos podrían haber sido escritos hasta un siglo antes de lo estimado, remontándose incluso a los siglos IV o III a.C. Este ajuste no es un mero detalle académico; es un cambio de paradigma que nos obliga a repensar la producción y difusión de los textos bíblicos, la evolución de la escritura hebrea y el contexto cultural de una época de la que, hasta ahora, teníamos muy pocas certezas. La historia de los Rollos del Mar Muerto, una saga de descubrimientos fortuitos y debates eruditos, acaba de entrar en una nueva y fascinante era, una en la que la inteligencia artificial se convierte en la herramienta indispensable para descifrar los secretos del pasado.
El Legado Imperecedero de Qumrán
Para comprender la magnitud de este nuevo descubrimiento, es fundamental retroceder en el tiempo, no solo a la época en que se escribieron los rollos, sino a su redescubrimiento en el siglo XX. La historia comienza en 1947, con un joven pastor beduino que, buscando una cabra perdida cerca del asentamiento de Qumrán, lanzó una piedra a una cueva y oyó el sonido de cerámica rota. Lo que encontró en su interior cambiaría para siempre los estudios bíblicos: vasijas de barro que contenían antiguos rollos de cuero envueltos en lino. Este hallazgo fortuito fue solo el principio. En los años siguientes, se exploraron sistemáticamente once cuevas en los alrededores de Qumrán, revelando un tesoro de casi mil manuscritos distintos, aunque la mayoría en estado fragmentario.
El contenido de estos rollos es asombrosamente diverso. Incluyen las copias más antiguas conocidas de casi todos los libros de la Biblia hebrea (el Antiguo Testamento), con la notable excepción del Libro de Ester. Entre ellos destaca el Gran Rollo de Isaías, un manuscrito casi completo que es mil años más antiguo que cualquier otra copia conocida de este libro profético. Además de los textos bíblicos, se encontraron obras no canónicas, comentarios, himnos, reglamentos comunitarios y documentos seculares. Este conjunto de textos proporcionó una visión sin precedentes del judaísmo del Segundo Templo (aproximadamente 516 a.C. – 70 d.C.), un período de enorme fermento religioso y social que vio el nacimiento del cristianismo.
La pregunta que ha obsesionado a los eruditos desde el principio es: ¿quién escribió estos rollos y por qué los escondieron en cuevas? La teoría más aceptada, aunque no exenta de debate, los vincula a una secta judía ascética conocida como los esenios, descrita por historiadores antiguos como Plinio el Viejo y Flavio Josefo. Se cree que la comunidad de Qumrán era un asentamiento esenio, un grupo que se había retirado al desierto para vivir una vida de pureza ritual, estudio y devoción, esperando la llegada de un mesías. Probablemente, los rollos fueron escondidos en las cuevas para proteger su preciada biblioteca durante los turbulentos años de la Primera Revuelta Judía contra Roma (66-70 d.C.), que culminó con la destrucción del Templo de Jerusalén. El clima excepcionalmente seco del desierto de Judea hizo el resto, preservando los frágiles materiales orgánicos para la posteridad.
El Dilema de la Datación: Entre la Caligrafía y los Átomos
Datarlos con precisión ha sido siempre el mayor desafío. Sin firmas ni fechas explícitas en la mayoría de los manuscritos, los académicos han dependido tradicionalmente de dos métodos principales: la paleografía y la datación por radiocarbono.
La paleografía es el estudio de la escritura antigua. Los expertos analizan meticulosamente la forma de cada letra, el grosor de los trazos, el espaciado y otros rasgos estilísticos para situar un manuscrito en un período determinado. Comparan la caligrafía de un rollo sin fecha con la de otros documentos de la misma región cuya fecha se conoce con mayor certeza. Sin embargo, este método tiene limitaciones significativas. En primer lugar, es intrínsecamente subjetivo; diferentes expertos pueden llegar a conclusiones distintas sobre el mismo texto. En segundo lugar, y más importante, depende de la existencia de un corpus comparativo robusto. Para el período de los Rollos del Mar Muerto, este corpus es escaso. Como señalan los investigadores del nuevo estudio, existen colecciones de cartas arameas de Elefantina (Egipto) del siglo V-IV a.C. y de Bactriana (Afganistán) del siglo IV a.C., pero luego hay un gran vacío hasta la era asmonea en la segunda mitad del siglo II a.C. Este «período oscuro» dificulta enormemente la datación precisa de los manuscritos más tempranos.
El otro gran pilar es la datación por radiocarbono (Carbono-14). Este método científico mide la cantidad de isótopo radiactivo de carbono-14 que queda en un material orgánico (como el pergamino de piel de animal o el papiro). Dado que el carbono-14 decae a un ritmo constante, su concentración revela la antigüedad del material. Aunque es una herramienta objetivamente poderosa, también presenta un inconveniente crucial: es un método destructivo. Para realizar la prueba, se debe quemar una pequeña muestra del artefacto. Aunque la tecnología moderna requiere cantidades ínfimas, los conservadores son extremadamente reacios a sacrificar incluso un fragmento del tamaño de un confeti de estos textos únicos e irremplazables. Por esta razón, solo una pequeña fracción de los miles de fragmentos ha sido datada por radiocarbono.
Este dilema —la subjetividad de la paleografía y la naturaleza destructiva del radiocarbono— ha creado un cuello de botella en la investigación, dejando a la gran mayoría de los rollos con fechas estimadas pero no confirmadas. Era evidente la necesidad de una nueva herramienta, una que pudiera combinar la precisión del análisis físico con la sutileza del análisis caligráfico, y hacerlo de forma no invasiva. Aquí es donde entra en escena Enoch.
El Advenimiento de Enoch: La Inteligencia Artificial al Servicio de la Historia
El proyecto, dirigido por Mladen Popovic, profesor de Biblia Hebrea y Judaísmo Antiguo, y el Dr. Maruf A. Dhali, experto en IA, ambos de la Universidad de Groningen, se propuso crear un modelo de aprendizaje profundo para superar las limitaciones existentes. Bautizaron a su IA con el nombre de «Enoch», un guiño al patriarca bíblico del libro apócrifo homónimo, una figura asociada con el conocimiento celestial y los secretos divinos. El nombre es apropiado para un programa diseñado para desvelar secretos ocultos en la escritura antigua.
El funcionamiento de Enoch es una elegante síntesis de lo antiguo y lo moderno. El equipo alimentó al programa con imágenes de alta resolución de aproximadamente 30 rollos que ya habían sido datados previamente mediante radiocarbono. Este fue el proceso de entrenamiento: la IA aprendió a correlacionar las fechas de radiocarbono (la «verdad física») con las características visuales de la escritura (la «evidencia empírica»). No se limitó a mirar las letras como formas estáticas; analizó micro-patrones, la textura de la tinta, la curvatura de los trazos y miles de otras variables que un ojo humano, por muy entrenado que esté, no podría procesar de forma consistente.
«La IA combina la evidencia física del radiocarbono con el análisis de la forma de las letras, que también constituye evidencia empírica», explica Popovic. Esta fusión es la clave de su poder. Enoch no reemplaza el radiocarbono, sino que lo amplifica. Aprende de él y luego aplica ese conocimiento a una escala masiva y no destructiva.
Una vez entrenado, el modelo fue sometido a una fase de prueba. Se le presentó otro conjunto de rollos ya datados para ver si sus predicciones coincidían. Los resultados fueron impresionantes: Enoch arrojó estimaciones de fecha con una coincidencia del 85% con los rangos originales de radiocarbono. Con su fiabilidad demostrada, el equipo estaba listo para el verdadero desafío: analizar 135 rollos cuya edad se desconocía con certeza y que no habían sido sometidos a la prueba de Carbono-14.
Revelaciones de la Máquina: Un Pasado más Antiguo de lo Imaginado
Los resultados que Enoch arrojó sobre estos 135 rollos fueron sorprendentes y tienen el potencial de reconfigurar nuestra comprensión cronológica. Los rangos de fechas proporcionados por la IA para varios manuscritos clave eran considerablemente más antiguos que las estimaciones paleográficas tradicionales.
Por ejemplo, los que se consideraban los rollos más antiguos, fragmentos de los libros de Jeremías y Samuel, datados tradicionalmente en el siglo III a.C., según Enoch, podrían haber sido escritos ya a finales del siglo IV a.C. Pero la revelación más emocionante concierne a dos libros bíblicos cuya fecha de composición ha sido objeto de intenso debate académico: Daniel y Eclesiastés.
Los fragmentos de estos dos libros encontrados en Qumrán se habían datado tradicionalmente a mediados del siglo II a.C. El análisis de Enoch, sin embargo, los retrasa hasta un siglo, situándolos en el siglo III a.C. o incluso a finales del IV a.C. Esto es particularmente significativo, como señala Popovic, porque muchos eruditos creen que los libros de Daniel y Eclesiastés fueron compuestos originalmente durante el período helenístico temprano (finales del siglo IV o III a.C.). Si la datación de Enoch es correcta, los manuscritos de Qumrán no serían copias tardías, sino copias realizadas muy cerca del momento en que los textos fueron escritos por primera vez.
Esto no significa que estemos ante «primeras ediciones» o los autógrafos originales de los autores bíblicos. Los investigadores son claros al respecto: los errores de copia y las variaciones textuales en comparación con las versiones hebreas y griegas posteriores indican que son, de hecho, copias. Pero son copias extraordinariamente tempranas. «Esto nos da la oportunidad de repensar la producción y difusión de los textos bíblicos», afirma Popovic. «En lugar de considerar los cambios en los textos bíblicos como algo que ocurrió en una etapa posterior, esto demuestra que los cambios en los textos ocurrieron muy rápidamente, en la misma época que los autores». Esta idea sugiere un entorno literario mucho más dinámico y fluido en los primeros días de la formación del canon bíblico de lo que se pensaba.
Reconfigurando la Historia: Implicaciones de un Nuevo Calendario
Las conclusiones de Enoch van más allá de la simple datación de manuscritos individuales. Obligan a los historiadores a reconsiderar marcos interpretativos más amplios sobre la sociedad judía del Segundo Templo.
Una de las implicaciones más profundas es el desafío a la teoría de la «explosión literaria» asmonea. Tradicionalmente, la intensa actividad de copia y composición de textos evidenciada por los Rollos del Mar Muerto se ha vinculado al auge de la dinastía asmonea. Los Asmoneos, tras la exitosa revuelta de los Macabeos contra el dominio helenístico seléucida en el siglo II a.C., establecieron un reino judío independiente que se expandió y consolidó. La teoría postula que este nuevo estado soberano, con su creciente aparato burocrático y su renovado orgullo nacional y religioso, habría impulsado la alfabetización y la producción de libros.
«Una forma de pensar en los rollos es que, tras la revuelta asmonea y su expansión, se produce un creciente aparato de funcionarios públicos, lo que impulsa la difusión de la alfabetización y la composición de libros», explica Popovic. «Pero si datamos esta actividad literaria en una época anterior, la situación cambia». Si una parte significativa de los rollos data de los siglos IV y III a.C., la producción literaria no comenzó con los Asmoneos, sino que ya estaba en pleno apogeo bajo el dominio de las dinastías helenísticas de los Ptolomeos y los Seléucidas. Esto sugiere que la vida intelectual y religiosa judía era vibrante y productiva mucho antes de la independencia política, redefiniendo el período helenístico no solo como una era de opresión extranjera, sino también como un tiempo de gran creatividad literaria.
Otro campo que se ve directamente afectado es la propia paleografía. Los eruditos habían clasificado los estilos de escritura de los rollos en dos categorías principales: la escritura «asmonea» y la «herodiana». La escritura asmonea se caracteriza por tener letras de tamaño más uniforme, mientras que la herodiana, asociada a Herodes el Grande y sus sucesores (finales del siglo I a.C. en adelante), presenta mayores variaciones en el tamaño de las letras y formas más cuadradas, precursoras del hebreo moderno. Se creía que estas escrituras se alineaban, a grandes rasgos, con el dominio político de las respectivas dinastías.
Enoch pone en duda esta clara distinción cronológica. El programa ha datado algunos pergaminos escritos en el supuesto estilo «herodiano» a finales del siglo II a.C., mucho antes de la llegada de Herodes al poder. Esto sugiere que el estilo herodiano no reemplazó al asmoneo, sino que se superpuso con él durante un período mucho más largo y emergió antes de lo que su nombre indica. Las etiquetas, aunque útiles, pueden haber simplificado en exceso una realidad caligráfica mucho más compleja y fluida.
Un Futuro de Colaboración entre el Hombre y la Máquina
Enoch no es un fenómeno aislado. Se inscribe en una tendencia creciente de aplicar la inteligencia artificial a las humanidades. En 2022, otra IA llamada Ithaca fue desarrollada para restaurar, datar y localizar geográficamente inscripciones griegas antiguas. El propio equipo de Groningen ya había desarrollado previamente una herramienta de IA para analizar la caligrafía e identificar el número de escribas diferentes que trabajaron en un mismo manuscrito. Estas tecnologías no buscan reemplazar al experto humano, sino potenciarlo.
La validación del trabajo de Enoch es un ejemplo perfecto de esta simbiosis. Para evaluar los resultados de la IA, los investigadores pidieron a un panel de paleógrafos humanos que revisaran las estimaciones de fecha para los 135 rollos analizados. Los expertos consideraron que alrededor del 79% de las estimaciones de Enoch eran «realistas», un respaldo significativo. El 21% restante fue calificado como demasiado antiguo, demasiado reciente o incierto, lo que demuestra que todavía hay espacio para el debate y la interpretación humana. La IA proporciona una potente línea de base cuantitativa, pero el juicio cualitativo del especialista sigue siendo indispensable.
Joe Uziel, jefe de la Unidad de Rollos de la Autoridad de Antigüedades de Israel (IAA), ha expresado su confianza en los resultados: «Confío en los resultados de este estudio, que combina la datación por radiocarbono… y el uso de aprendizaje automático e inteligencia artificial». Añade que este trabajo ayuda a descifrar pistas sobre la sociedad del pasado, «particularmente en la época del Segundo Templo, cuando la cultura judía florecía y el cristianismo primitivo florecía».
Tocando las Manos que Escribieron la Biblia
El estudio de Enoch abre una nueva y emocionante frontera. Al retrodatar algunos de los manuscritos más importantes, llena un vacío en nuestro conocimiento del judaísmo durante el período helenístico temprano, a menudo considerado una «época oscura» por la escasez de textos conservados. Saber que poseemos manuscritos del siglo IV y III a.C. nos acerca de manera tangible a la época en que gran parte de la Biblia hebrea se estaba componiendo y editando en su forma final.
La inteligencia artificial, en este caso, no es una fuerza fría y deshumanizadora, sino una lente de aumento de una potencia sin precedentes que nos permite ver el pasado con una nueva claridad. No ofrece respuestas definitivas, sino preguntas más profundas y matizadas. Nos invita a reexaminar viejas teorías, a cuestionar etiquetas establecidas y a imaginar un pasado más complejo y dinámico.
Mladen Popovic lo resume con una imagen poderosa y evocadora. Al tener la certeza de que algunos de los Rollos del Mar Muerto son tan antiguos como las propias composiciones bíblicas que contienen, podemos «casi tocar las manos que escribieron la Biblia». Gracias a Enoch, esas manos, que trabajaron a la luz de las lámparas de aceite en el desierto de Judea hace más de dos milenios, se sienten hoy un poco más cerca. El diálogo entre el pasado más remoto y la tecnología más avanzada acaba de comenzar, y las historias que aún quedan por contar prometen ser tan reveladoras como los propios rollos.