Los judíos sefardíes: Quienes fueron y quienes son

Los sefardíes son protagonistas de la historia de España, con la que siempre mantuvieron vínculos y cuya nacionalidad pudieron elegir durante más de cinco siglos tras ser expulsados ​​por los Reyes Católicos.

Un proyecto de ley que prevé la concesión de la nacionalidad española a sus miembros ha situado a la comunidad sefardí en la vanguardia de la actualidad. La medida, que aún no se ha finalizado en el proceso parlamentario, ha generado enormes expectativas en Israel y en otros países donde residen. Como explica María Royo, portavoz de la Federación de Comunidades Judías en España, «para muchas personas hay esperanza de reparar una injusticia histórica».

Los sefardíes forman hoy un grupo numeroso y disperso, cuya indiscutible relevancia en el pasado español podría recuperarse con una iniciativa legal que prometa devolverles la patria que les fue arrebatada hace más de 500 años. ¿Pero de quién estamos hablando? Su peso en la España medieval es unánimemente reconocido por los historiadores. Uno tan respetado como Américo Castro escribió: “La historia del resto de Europa puede entenderse sin la necesidad de poner a los judíos primero; el de España, no. Ya ha llovido mucho desde que, en 1492, pocos meses después de la toma de Granada, los Reyes Católicos publicaron un edicto que daba a los judíos un plazo de cuatro meses para convertirse al cristianismo o abandonar sus reinos.

A pesar de la leyenda negra y la fama de intolerancia religiosa que la aplicación de la drástica medida afectó a España, lo cierto es que Isabel y Fernando no fueron los únicos soberanos europeos que optaron por deshacerse de los judíos. Tampoco fue el solar ibérico el único con un historial de episodios de violencia antisemita.

En un mundo, el de la transición de la Edad Media a la Edad Moderna, en el que las monarquías tendían a consolidarse sobre los poderes feudales, la homogeneización política y religiosa iba de la mano y ambas se convertían en una prioridad. Como otras minorías, los judíos fueron víctimas de ella. Prueba elocuente es el hecho significativo de que la Inquisición, concebida como un poderoso guardián de la ortodoxia, era la única institución compartida por las coronas de Castilla y Aragón, que en todo lo demás mantenían sus peculiaridades a pesar del vínculo real entre sus respectivos monarcas.

Conversión dudosa

En España, sin embargo, dada la importancia hebrea en todos los órdenes, el edicto de expulsión tuvo un impacto enorme. Con el núcleo mejor ubicado en la ciudad de Sevilla, los judíos formaron una comunidad próspera con influencia económica y política. De hecho, una de las principales fuentes de financiación de las campañas militares de las tropas cristianas contra el reino musulmán de Granada fue el dinero de los comerciantes y empresarios judíos. Eso no los salvó.

Se dieron diferentes respuestas al dilema de la conversión o el exilio. Según la estimación del hispanista británico John Lynch, de un total de 80.000 judíos, entre 40.000 y 50.000 optaron por marcharse. El resto fueron bautizados, pero es dudoso que su conversión fuera sincera, a pesar de que la Inquisición hostigaba con celo a los llamados «judaizantes», los conversos que clandestinamente mantenían su culto y costumbres judías. Fue el comienzo de la fiebre por la pureza de sangre. A partir de entonces, tener antepasados ​​judíos, por muy remotos que fueran, asomó a la sombra de la sospecha y se convirtió en un estigma que podría vetar el acceso a cargos políticos o un mejor estatus social.

Los judíos que abandonaron el país formaron una diáspora que se extendió principalmente por Francia, el norte de África y el Imperio Otomano. Lynch no duda en asegurar que estos exiliados conservaban paradójicamente «su lengua castellana y un odio intenso hacia España».

Añoranza y cariño

Ahora bien, según las cifras que ha publicado la prensa israelí estos días, los judíos sefardíes forman un grupo de nada menos que tres millones y medio de personas. En la actualidad tienen su sede principalmente en Israel, el Magreb, Turquía y Estados Unidos. Como explica María Royo, constituyen “un fenómeno único, porque en lugares como Bulgaria se pueden encontrar personas que hablan perfecto ladino (español medieval) y que mantienen sus costumbres, tradiciones e incluso dichos, porque se han transmitido oralmente de generación en generación, no porque nunca hayan puesto un pie en España”. El odio inicial del que hablaba Lynch se transformó, según esta portavoz, en un fuerte vínculo de nostalgia y afecto por Sefarad, término que la tradición identifica con la Península Ibérica.

España siempre ha sido sinónimo de nostalgia por estas personas. Ahora bien, si se confirman los planes del Ministerio de Justicia, también podría convertirse en un hogar de acogida, porque, como dice Royo, “aunque la mayoría no se ha planteado cambiar de residencia, los que están en países donde sufren el rechazo de la población y las autoridades locales, como Turquía o Venezuela, tendrían la posibilidad de acogerse a la hospitalidad española.

Sefardí y Ashkenazi

El judaísmo tiene dos grupos étnicos importantes, los Ashkenazis, de Europa central y oriental, y los Sefardíes, que son los que tienen sus raíces en la Península Ibérica. Estos últimos se caracterizan por el ladino, el castellano medieval que han transmitido de generación en generación durante más de medio milenio, y algunas prácticas especiales en el ritual y la oración.

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